Tradición y cultura de la Navidad

Desde tiempos inmemoriales muchas son las culturas y los pueblos que alrededor del mundo han celebrado y rendido culto al Solsticio de Invierno que, por lo general, tiene lugar el 21 de diciembre en el hemisferio norte y el 21 de junio en el hemisferio sur. Este acontecimiento astronómico, que cuyo nombre deriva del latín y significa “el Sol que está quieto”, está estrechamente asociado a prácticas y rituales mágicos que han tenido lugar desde el origen de la humanidad.
A lo largo de la historia el hombre ha adorado al Astro Rey. Sin él la vida no sería posible, además es nuestra principal fuente de energía y nos marca los ciclos a los que tanto nuestro planeta como sus habitantes nos vemos expuestos.
El Solsticio de Invierno marca el final de una decadencia solar, siendo éste el indicador de la noche más larga del año. A partir de esta fecha el día vuelve a remontar minutos sobre la oscuridad dando paso a un ciclo que finaliza en el Solsticio de Verano, la noche más corta del año.
Los solsticios representan un antes y un después, una pausa, un renacimiento; un momento para la reflexión y para tomar consciencia de a dónde vamos y de a dónde queremos ir. Un momento idóneo para sentir nuestra conexión con el ciclo solar.
El simbolismo de esta noche representa en el mundo de la magia que algo nuevo nace de la oscuridad, que inicia un periodo de renovación imprescindible para el ciclo de la vida. Una oportunidad especial para unir nuestros ciclos internos con los del Universo y hacer más fuerte nuestro camino en la vida.
En algunas culturas nórdicas, como también en la celta o la germánica, el Solsticio de Invierno recibía el nombre de Yule, cuyo origen arcaico está vinculado a la tradición de contemplar a los astros y los cambios del clima. Según los celtas era el momento en el que renacía su dios así como los espíritus.
Para los antiguos egipcios esta fecha simboliza el “Nacimiento de Infante Horus” y cuya celebración consistía en exponer ante las masas congregadas una imagen que había sido extraída de un santuario y representaba la natividad de la Luz y de la Vida.
La cultura maya, cuyas construcciones estaban orientadas a los movimientos de los astros, realizaba en esta particular fecha celebraciones de gratitud a sus astros-dioses, rogando un próspero inicio de la siembra, de las cosechas y conmemorando triunfos y las coronaciones de sus reyes.
En la historia debemos buscar las razones y en ellas, siempre quedará la causa del por qué de esas tradiciones, unas marcadas por ley de vida y otras por las religiones.
A mi mente viene el Sol Invictus, aquel culto religioso hacia una divinidad solar iniciado en el tardoimperio romano. Aquel Dies Natalis Solis Invictis, es decir, el Sol nacido y no conquistado generaba un Festival entre el 22 al 25 de diciembre, bailando por el nacimiento de un nuevo sol venciendo la oscuridad.
En el año 274 el emperador Aureliano convirtió en oficial el culto al Sol Invictus, junto a las otras tradiciones romanas. Los historiadores no están de acuerdo sobre el origen de este suceso: si fue una reinstauración del antiguo culto del Sol (Sol Indiges) del que ya se había abandonado su culto y que tuvo relativamente poca importancia, un nuevo comienzo de la divinidad de Elágabalo proveniente de la ciudad de Emesa en Siria alabada pocos años antes o algo completamente nuevo proveniente del Mitraísmo.
Pero será la Religión Católica la que nos marque, tanto a los creyentes como a los que no lo son, la Navidad, como esa fiesta del nacimiento del Señor, porque el Evangelio dice que la Virgen María, con su esposo José y el Cristo Niño en sus entrañas salieron de Nazaret, en Galilea, hacia Belén. El nombre de Nazaret significa “lo que se consagra”, porque salieron del lugar de consagración y fueron a “la Casa del Pan”, significado de Belén donde nacería como ser humano.
María significa “Excelsa Señora” y es el simbolismo de la antigua sabiduría por eso en la Navidad se revive ese nacimiento de Jesús al mundo, de la misma forma, que es nacimiento de la luz y el amor dentro de nosotros.
El arraigo tradicional en nuestros pueblos de la Tierra de Cuenca, al igual que en tantos y tantos otros del mundo Occidental, ha reconvertido el nacimiento del Sol, como hecho pagano, con el Nacimiento de Jesús, como hecho cristiano, haciendo de esta fiesta de la Navidad, la más popular y familiar de la sociedad católica hispana.
En toda la provincia y también en la ciudad, no faltan en las iglesias la colocación de los nacimientos, hechos con todo amor, a base de figuras de barro, escayola, resina o plástico, adquiridos o confeccionados en casas o talleres. Sobresale entre todos, el quehacer y la creatividad de la Asociación de Belenistas de Cuenca, preparando con tanta maestría y esmero, esos belenes maravillosos que suponen el regocijo de niños y mayores.
También, aunque desgraciadamente con menor profusión en estos últimos tiempos, destacarán los Belenes vivientes en muchos lugares de la provincia de Cuenca, siempre en mi mente el Belén de la Vega del Codorno.

Y es que, junto a este carácter genérico, ancestral, tradicional y solemne, tenemos que valorar las muchas costumbres que a su alrededor aparecen y se concitan como esencia del pueblo.
En Mira y Cardenete, alrededor de la Misa del Gallo hay costumbre y tradición en cánticos de alegres villancicos de composición autóctona; igualmente estas las Almonedas de ánimas en muchos lugares, destacando las de Huerta de la Obispalía en el mismo día de Navidad. Pero no quiero dejar atrás, aunque sea el día de los Santos Inocentes, el protagonismo de los Diablotes en la localidad de Fuentes.
Cuenca capital puede añorar por tiempo, aquellos grupos musicales que salían a la calle, en plazas, rincones, lugares de ocio, cafeterías o interiores de hogares, cantando los villancicos más populares de una Cuenca ancestral. Aquel grupo que dirigía el bueno de Ismael Martínez Marín, o el que conformaba la rondalla del Vaticano en la Plaza Mayor, sin olvidarnos de los Rondadores, Juglares, Torcas y otros colectivos implicados en la buena música y el bello canto.
Había un Orfeón en la Beneficencia, con el Orfeón benéfico, la Primera parranda y la Segunda parranda, portando guitarras y esas zambombas realizadas con las cubas de “Azulillo” y una piel de conejo y cantaban aquellas estrofas de viejas composiciones -en palabras de Enrique Buendía-:
Los vecinos de Cuenca/quieren al niño/quieren al niño/no hay otro más salado/más hermoso que este mocete.
Es tan bueno y hermoso/y regordete/y regordete/no hay otro más salado/más hermoso que este mocete.
Pero bien queda en la memoria de muchos, la Misa del Gallo. Era muy popular y muy sentida. En cada pueblo generaba una tradición diferente. En Mira, estaba la Albá de los Quintos, aquellos que el día 24 después de la cena, extendían por el pueblo las canciones alegres en ese rumor de una ronda, mientras dentro de las casas se cantaban los villancicos familiares.
En Huerta de la Obispalía, la Subasta de Ánimas era un especial reencuentro con fuerte tradición hacia el recuerdo de nuestros antepasados.
Pero me resulta todavía más curioso el baile de pastores que se hacía en Villar del Horno, vestidos a la usanza pastoril, con sus garrotas, cencerros, cantando al son de las zambombas, hechas por ellos mismos, haciéndolo alrededor de una sartén de migas, lejos del altar mayor, de las que iban comiendo a medida que saltaban mientras que las cucharas marcaban el ritmo a los danzantes (el párroco también compartía). Su letra decía:
Kirie eleison, kirie eleison, kirie eleison/yo vengo del monte/de ver a un zagal/traigo un pajarillo/que sabe cantar.
Va a cantar, escuchad/pues canta, Dios mío/pues canta zagal/que el Niño ha nacido/y está en el portal.
San Silvestre en Villarrubio ayuda a que sus vecinos visiten a los enfermos en fechas navideñas, llevando al Santo en procesión y parando en cada casa donde un enfermo se encuentra.
En Iniesta hay buena gente, mucha tradición y bastante historia. Por eso, aquí que es tierra de buenos artesanos de la madera policromada, de la lana y del vino, las zambombas han sido también obras de buen arte y buen sonar. Por eso, en sus villancicos -y eso lo sabe bien el Centro de Estudios Iniestense que coordina Javier Cuéllar- han recopilado muchos villancicos que su rondalla iniestense bien sabe interpretar. Veamos pues, este villancico que dice:
La zambomba está enfadada/porque no le dan tocino/que vaya cal señor cura/que ha matado buen gorrino.
Pero quisiera acabar mis alocución popular del cancionero conquense, con ese buen villancico cantado en Cañete y reafirmado en la Vega del Codorno:
Y ardía la zarza y no se quemaba/la Virgen María doncella y preñada./Y ardía la zarza, ardía y ardía,/la Virgen María, doncella y parió./ ¿Cómo pudo ser, cómo pudo ser?Y el que nació de ella, bien lo pudo hacer.”
Y es ahora, en triste tiempo de pandemia cuando añoraremos nuestra Navidad, nuestro reencuentro entre abuelos y nietos, porque no se puede hacer, porque no se podrá cumplir ese objetivo que hace de estas Fiesta el hogar familiar, donde todos sin excepción cumplíamos ese requisito de ¡Volver para Navidad¡
Vivamos, a pesar de la distancia y del imposible compromiso, por respeto, obediencia y solidaridad, de romper la norma universal de juntarnos todos, desde la lejanía, desde la necesidad de cumplir las normas, desde el cuidado ante la salud y sigamos pensando que somos familia, que somos “buenos en tiempos malos”, que debemos cumplir con el Amor como emblema de convivencia y Paz. Cantemos villancicos, aunque sea virtualmente, tecnológicamente o en el pensamiento, pero hagámoslo.
Y aún así, aunque este año no suenen igual las panderetas y las zambombas, intentemos cumplir el decálogo navideño.

DECÁLOGO NAVIDEÑO
1. Ser más comprensivos.
2. Estar alegres.
3. Mirar para solventar las asperezas en las personas cercanas.
4. Agasajar y agradecer a los que nos rodean sin tener la obligación de cumplir un acto señalado, haciéndolo de modo espontáneo.
5. Poner imaginación y la creatividad a trabajar, buscando el regalo simbólico, ayudando al pequeño comercio a sufrir menos la situación económica.
6. Reforzar los vínculos con los seres queridos durante el día a día, a pesar de que no podamos estar todos juntos, virtualicemos el momento.
7. Ver nuestra felicidad como una manera de acrecentar la de los demás, y nunca al contrario.
8. Permitir al corazón que sienta la pasión y el sentimiento. Creer en lo que deseas, intentar marcar la felicidad que te pueda faltar durante el resto del año.
9. Demostrar el máximo cariño a vuestros abuelos, a las personas mayores que están solas, necesitadas de amor, ser complacientes con quienes están sufriendo esta pandemia entre la soledad y la desgracia. Visitar a los que están solos, siempre que se pueda hacer. Acariciarles sus manos, darles cariño, sentirlos cerca.
10. Ser solidarios, ahí estará mucho de nuestra paz interior.