Navidades al son de la zambomba

La Navidad (en latín: nativitas, ‘nacimiento’) es una de las festividades más importantes del cristianismo, junto con la Pascua de Resurrección y Pentecostés. Esta solemnidad, que conmemora el nacimiento de Jesucristo en Belén, se celebra el 25 de diciembre en la Iglesia católica, en la Iglesia anglicana, en algunas comunidades protestantes y en la mayoría de las Iglesias ortodoxas.
En cambio, se festeja el 7 de enero en otras Iglesias ortodoxas como la Iglesia ortodoxa rusa o la Iglesia ortodoxa de Jerusalén, que no aceptaron la reforma hecha al calendario juliano para pasar al calendario conocido como gregoriano, nombre derivado de su reformador, el papa Gregorio XIII. El 25 de diciembre es un día festivo en muchos países celebrado por millones de personas en todo el mundo y también por un gran número de no cristianos.
Los angloparlantes utilizan el término Christmas, cuyo significado es ‘misa (mass) de Cristo’. En algunas lenguas germánicas, como el alemán, la fiesta se denomina Weihnachten, que significa ‘noche de bendición’. Las fiestas de la Navidad se proponen, como su nombre indica, celebrar la Natividad (es decir, el nacimiento) de Jesús de Nazaret.
La Navidad inicia un periodo llamado tiempo de Navidad, que finaliza con la solemnidad del Bautismo del Señor. Coloquialmente, al periodo que comienza con la Navidad y finaliza con la Epifanía del Señor también se le conoce como pascuas.
Existen varias teorías sobre cómo se llegó a celebrar la Navidad el 25 de diciembre, que surgen desde diversos modos de indagar, según algunos datos conocidos, en qué fecha habría nacido Jesús.
Los orígenes pueden variar de acuerdo a la festividad. Aunque la fecha exacta del nacimiento de Jesús de Nazaret no se encuentra registrada ni en el Antiguo Testamento ni el Nuevo Testamento (Biblia), el 25 de diciembre ha sido significativo en los pueblos de la antigüedad que celebraban durante el solsticio del invierno en el hemisferio norte (desde el 21 de diciembre). La adopción a esa fecha se realizó siglos después, empezando por el testimonio de Sexto Julio Africano en el año 221 acerca de la fecha de nacimiento en Judea y el calendario litúrgico filocaliano de 354 después de Cristo.
Nos decía Norman Vicent Peale “La Navidad agita una varita mágica sobre el mundo, y por eso, todo es más suave y más hermoso” y tal vez, eso mismo me atreva a decir yo recordando aquellos tiempos pasados en nuestros pueblos añorando tiempos de infancia y juventud. Ya no caen los mismos copos en época de Navidad y ya no se cantan aquellos alegres villancicos que anunciaban tiempo de paz y alegría.

Estamos pues ante la fiesta más popular y familiar de todas las que tienen lugar en el ámbito cristiano español. Y así ha ocurrido desde los inicios del cristianismo como hemos visto y sigue el ritual en estos tiempos modernos. Es una fiesta hogareña y como tal se rige por los cánones del respeto y el ambiente de familia.
La tradición nos ofrece esos Nacimientos, hechos a base de figuras de barro, resina o cartón, adquiridos o confeccionados por uno mismo. Me da tristeza ver como ese magnífico Belén napolitano que ocupaba, año tras año, el Salón de la Diputación Provincial, ya no lo podamos volver a contemplar, esa gran obra que la Asociación de Belenistas de la capital y provincia nos ofrecía en un alarde maestría y dedicación.
Nuestros pueblos siguen celebrando la Navidad y lo hacen en base a su tradición. Cierto es que los nuevos tiempos ya han olvidado costumbres ancestrales preciosas. Recuerdo en Cuevas de Velasco cuando se rezaba las Cuarenta Ave Marías a la Santísima Virgen desde el 30 de noviembre al 24 de diciembre y cuando aquellos mozos en cuadrillas pedían el aguinaldo acompañados de guitarras, laudes, bandurrias, panderetas y zambombas.
Así sonaban aquellas estrofas: "Si nos das el aguinaldo/no nos lo des en bellotas/traigo las alforjas rotas/ y no caben más que tortas."
Con lo que en cada casa se les daba, y una vez llenada la cesta de productos alimenticios, se iban a comérselos a una cueva del lugar, bien regados con vino y aguardiente.
Pero en Cuenca sigue resonando aquellos cánticos que pululaban por los parques. Se construían zambombas con las cubas del "Azulillo" acoplándoles una piel de conejo y colocándoles en el centro un palo de caña, de las escobas de entonces. Me acuerdo -tal y como dice Enrique Buendía- de aquellos villancicos tan solemnes y recordados de:
"Los vecinos de Cuenca/ quieren al niño (bis)/ no hay otro más salado, más hermoso que este mocete./ Es tan lindo y hermoso/ y regordete (bis)/ no hay otro más salado/ más hermoso que este mocete."
Me recuerda Luis Cañas como la noche del 24 de diciembre, se cantaba en La Campanilla, para las monjas y mujeres de la Beneficencia; el Orfeón primero y las Parrandas después. La monjas daban ese vino dulce bien guardado para momentos especiales y los rosquillos que ellas mismas hacían.
En los pueblos, de la Serranía, Alcarria y Mancha, siguen aplicando las costumbres de antaño. Cierto es, que a duras penas, por eso del abandono de estos lugares, pero la tradición reúne a padres e hijos para concelebrar siempre en buena armonía esos días de gachas, tortas y buen vino. Las hogueras encendidas, escuchando el crepitar de la leña quemada mientras las chustas vuelan al aire envolviendo todo un paisaje de recuerdos. En algunos casos, han colocado la estrella en lo alto del cerro más próximo y han iluminado algún árbol en el centro de la plaza. El ambiente siempre es cordial, alegre y suenas cantos donde el amor siempre enaltece la devoción y el sentimiento:
"A la Reina de los Cielos/ Madre de Dios soberana,/ le pido su protección,/ para cantaros la albada."
Esas Albadas tan propias de tantos y tantos lugares. Cánticos hacia el Cielo, hacia la Virgen, hacia el Niño Dios, haciendo ese eco de un deseo para todos, de esperanza y paz, mirando siempre la imagen de todo un Belén:
"Ha de parir un chiquillo,/ rubio, blanco y encarnado/ y ha de ser mi pastorcillo/ para guardar mi ganado,/ y a la noche cuando venga/ ha de tener su guisado,/ un plato de picatostes/ y un jarro de vino blanco,/ y una cama de colchones/ para si viene cansado."
Es la gastronomía la que rige los destinos, no solo del estómago sino de la vida en sí. Por eso, se cuidan los guisos y las abuelas siguen haciéndonos las delicias de unos y otros. A los guisados aderezados y bien condimentados, en puchero a ser posible, vienen los dulces, ricos y empastados, esos que hablan de otros tiempos. Los Nochebuenos de Las Mesas, o los pestiños de Cañete, o los rellenos dulces de Zafrilla.
Mientras la Misa del Gallo y la Albá de los Quintos levanta el espíritu de los mireños, muy dados a ese rumor de la Ronda y a una exquisita cena navideña. Sin dejarlo, la Jota, esa misma que pide perdón en noche de Amor y Paz:
"Es noche de amor y paz/ también noche de perdón/ canta la guitarra mía/ canta tú, tus notas de amor...".
Y quiero acabar esta breve semblanza navideña, hablando de un pueblo que admiro por eso de tener amigos, tal cual la familia Solano, y es Huerta de la Obispalía. Tierra de Obispos, sede histórica y ahora literaria por Carlos Solano y sus investigaciones y poemas. En la recta de acceso al pueblo ya se divisa su conjunto amurallado, firme, impresionante donde la iglesia de la Asunción nos recibe. Curioso eso de que sea esta virgen cuando el patronazgo lo tiene la Virgen de la Fuensanta y lugar donde aquel arcediano de Alarcón rehiciera ese castillo-casona. Luego, algunos historiadores se atreven a decir que por aquí debió de andar residiendo el famoso Juan del Pozo, canónigo que tanto hizo por Cuenca, sobre todo pagando su puente de piedra de San Pablo y adecentando el convento. Y es que allí las Ánimas Benditas siguen haciendo su paso exotérico, recorriendo el pueblo, mientras el pueblo devoto besa los pies del Niño Jesús, se rezan responsos para los difuntos y la Virgen de la Fuensanta preside este ambientado escenario. Los Animeros son costumbres arraigadas en muchos de nuestros pueblos, tal vez, en Gascueña son solemnes, incluso en Villaverde y Pasaconsol, en Huete y en otros muchos, mientras costumbres como el galleo en esa Misa de los Gozos de Pedroñeras o los melaos -con miel y cañamones tostados-, que endulzan a los vecinos de Alcalá de la Vega, sobresalen.
"Kyriel eleison, Kyryste eleison..."