Pepe Caraballo: "Cuenca es una ciudad muy activa, un pequeño París"

Natural de Badajoz, donde nació en 1966, Pepe Caraballo es un artista muy vinculado a Cuenca, de donde es su mujer. “Enamorado” de la ciudad “desde el primer día”, asegura sentirse “muy feliz y querido” aquí. Tras colaborar en las videoproyecciones de la ópera ‘El pequeño deshollinador’, su deseo sería rodar un documental “que hable de la cultura y la naturaleza de Cuenca, de sus gentes y de su paisaje”. De momento, presenta en la Fundación Antonio Saura la videoinstalación ‘El sueño’.
¿Qué van a encontrarse los espectadores en ‘El sueño’?
Se van a situar en el interior de un reloj, un invento que me parece muy curioso, porque sirve para contar el tiempo. Así, aparecen dos relojes que marcan un tiempo relativo, con un segundero muy lento, como de campanario o de toque de tambor de la Semana Santa conquense. Y en su interior vemos el sueño de una niña que duerme y unas imágenes que representan la parodia de la vida, las apariencias, la mascarada que es vivir. Pretendo que la gente reflexione sobre sí misma: sobre el momento de la vida en que está, qué es para ella el tiempo...
Ha hablado de mascarada…
Sí, a mí las máscaras siempre me han dado miedo, y quería jugar con imágenes que causaran cierta preocupación, como las de un documental antiguo con mucha gente poniéndose máscaras, enseñando a los niños a fabricarlas. Representa lo que hacemos con nuestros hijos: enseñarles a disfrazarse, a disimular, a mentir… Creo que tratamos de ponerles un traje y que este sea el que nosotros digamos. Y así aparece el macropersonaje, que es el que conduce nuestra vida, el que nos lleva a hacer unas cosas en vez de otras, algo que no podemos cambiar, como el personaje Don Juan de ‘Don Giovanni’, que al final muere sin arrepentirse sabiendo que se va a ir al infierno, algo que veo absurdo. Todos nos convertimos en un personaje que nos hace vivir por el dinero, por el arte o por darnos a los demás, y que no podemos cambiar.
Habría que dejar que los niños se pusieran su propio traje, pero...
Pero es muy difícil. Cuando nosotros hemos aprendido a ser alguien, a identificarnos de alguna manera con algún personaje, es muy difícil enseñar a pensar en la libertad absoluta. Pero sería lo ideal: que cada ser humano fuera él mismo. De hecho, resulta que al final nos pasamos la mitad de nuestra vida buscando quiénes somos. Es como si naciéramos con algo y luego tratáramos de descubrirlo durante toda la vida. Pero, ¿para qué?
Ahora, con la crisis, los sueños que tenemos, en general, son más modestos, no nos hace falta ser ricos…
Sí, el dinero, evidentemente, es necesario cuando tienes que comer, que pagar el colegio, que vestirte, pero cuando se tiene suficiente para poder aguantar el tirón, la respuesta está en la cultura y en el pensamiento, que es lo que nos puede ayudar a salir adelante, lo que te da coraje y ganas de luchar. Además te relaja: te evita caer en la desesperación a la que nos están abocando hoy en día.
Quieren una sociedad en la que no pensemos…
Efectivamente, el ideal es que hagamos parada de pensamiento porque eso nos hace ser obedientes. La maquinaria ya no es la del reloj, sino la de producir. El temor y la obediencia es la clave.
¿Cómo afecta la crisis a su trabajo?
Yo soy principalmente cineasta, y ahora mismo la situación es terrible. Se produce muy poco. No se ha creído en él como industria, cuando realmente se produce mucho dinero haciendo cine. Se ha pensado que sobraba pero quizá cuando la gente vaya a las salas y solo vea películas de detectives y de explosiones se dará cuenta de lo que sucede cuando se deja de producir.
Una videoinstalación es otra forma de hacer cine…
Sí, es como hacer una película en la que tú permites que el espectador una los planos libremente, con libertad. Lo malo de que no hay trabajo en el cine es que te deja tiempo para pensar y hacer un poco de arte. Y a mí el arte es algo que me llena muchísimo, que me permite pensar y expresarme. Aquí en la Fundación me han dado además una libertad absoluta para crear, algo que suele ser muy raro.
¿Qué le parece Cuenca como ciudad para el arte?
Una ciudad muy activa, un pequeño París, por así decirlo. Creo, sinceramente, que podía ser un centro neurálgico del cultura en España. No me extraña que aquí estuviera el movimiento del arte abstracto. Si una serie de dibujos japoneses ha logrado para Cuenca un montón de visitas, imagínese lo que se podría conseguir si nos creyéramos que Cuenca tiene muchísimas posibilidades. Yo quiero colaborar en eso y devolverle a Cuenca todo lo que me ha dado.