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Eduardo Soto
Eduardo Soto
22/04/2020

El virus y el equipo

En el equipo ineficaz habla el líder, mucho tiempo, critica todo lo que se ha hecho, sus argumentos son preferentemente insultos o descalificaciones, encuentra culpables con significativa perspicacia, derrumba con agudeza lo construido, finalmente hace una pausa para preguntar si todos están de acuerdo con él. Si hay otros puntos de vista son enseguida alegados con vaticinios negativos: “Eso no puede ser”, “No lo has entendido”, “Eso es imposible”, “No te van a dejar”. En el debate no se plantean alternativas, ofenden la clarividencia del jefe. Las sugerencias son malvenidas. Auténticos y únicos realistas, no les disgusta que los llamen pesimistas por hurgar en las heridas, como si la vida, indiscutiblemente, se construyera siempre sobre lo peor. En estas empresas, perdón, equipos, si pronuncias la palabra autoevaluación o más de dos veces, como por ensalmo, desapareces. En los informes saben bien que la gente prefiere leer insultos sin razones que razones sin insultos por eso se esmeran en esta forma de antiinformación. El líder levanta la voz para recordar a todos quién tiene la razón: el miedo al abusón supera todo raciocinio. Los miembros del equipo no aportan, esperan en silencio el traspiés del líder, su momento para poder ser ellos los que gritan sin contestación.

El equipo eficaz trabaja con el sí. Se propone, se debate, opinan todos, se escucha. No se admite la negación llana a una propuesta, debe acompañarla una alternativa. Se reconoce cuando el argumento está construido sobre una falacia, no convence, no se emplea. En el arranque se establecen definiciones comunes, las verdades de consenso son ladrillos con los que se construye. La información crítica reside en la verdad compartida, la que se alcanza del acuerdo entre las mentes de las personas. Los participantes opinan de acuerdo a sus estudios, las observaciones y las experiencias vitales. Ponen ejemplos y contraejemplos. Establecen analogías y metáforas que alimentan las visiones del ingenio. Para ellos el optimismo consiste en encontrar una solución óptima, no en esperar a que venga un duende o un ser sobrenatural a resolver la cuestión. Presuponen que aquel que le pone su atención a los hechos y datos positivos de la realidad, termina por adoptar una forma de vida con resultados positivos para su felicidad. El objetivo final está supeditado a la condición de que sea un resultado que obtenga una buena vida para todos. Todos se comprometen y cumplen con los planes para obtener los objetivos. Si el plan falla se revisa, se detectan los fallos, se proponen nuevas vías.

Con la Contrarreforma y sin Ilustración, sin opciones a la interpretación del Libro, y por tanto de los libros, y por tanto de los hechos, acostumbrados hasta hace bien poco a que la exégesis siempre viene del púlpito, el estrado o de los galones, hemos crecido como un país poco afecto al debate y nada acostumbrado al diálogo, recursos básicos para formar equipo.

Sin opción a la opinión y las versiones el sujeto se compromete poco, infantil e infantilizado solo puede considerar los hechos desde la norma o el dogma; esta conducta desencadena una falta de corresponsabilidad, una incapacidad para afrontar los desafíos de la realidad desde nuestro ser. Como polluelos en el nido, piamos hasta desgañitarnos por el gusano. Nunca nos reconocemos como parte del problema, solo porfiamos porque nos den la solución, ya.

La gravedad y la precipitación a que obliga esta pandemia ha forzado al Gobierno a tratar a los ciudadanos como a niños a quienes hay que decirles cómo actuar en todo. La oposición ha funcionado como el adolescente que se queja automáticamente ante cualquier intento; si de ellos dependiera a estos padres habría que ejecutarlos a todos. Agobiado ante la complejidad, el Gobierno se enviste de la gran paternidad, dicta reglas desde el estrado, y lo hace, como en un internado, sin matices: o todos o ninguno. Parece que no cabe otro modo de actuar: “a los españoles si nos das la mano… somos así de bestias”. Los encargados del orden se pasean por los pasillos recordándonos que somos unos cenutrios, incivilizados, muy cafres. No me creo que solo somos capaces de ser responsables cuando nos amenazan con una multa o un escarmiento.

El Gobierno está sobrepasado de trabajo. Lo apuñalan. No delega, no confía. Piensa que los propios ciudadanos no están dispuestos a confiar en que sus conciudadanos puedan hacer un uso sensato de su raciocinio. Se deniega cualquier opción para alentar a sus ciudadanos a organizarse. No seré yo quien nos considere completamente maduros para sobreponernos a la intensidad de las emociones que estamos viviendo. Sí seré quien reclame del Estado, de todos los estamentos y principalmente de los ciudadanos, la necesidad de una mayor participación en la organización de esta catástrofe. El Gobierno debe ampliar el margen del diálogo con la sociedad y atender propuestas razonadas y razonables. Todavía estamos con fuerzas y no paralizados.

Problemas múltiples no se resuelven desde la punta de una pirámide sino en el seno de múltiples equipos. La reacción desde el equipo ayuda a superar las perniciosas consecuencias del miedo obsesivo e irracional que se genera en la impotencia de la soledad y la inacción. Gobernar no es mandar, es saber dar gobierno, repartir responsabilidad, autoconfianza, dominio sobre la voluntad. Los equipos funcionan a través del compromiso con el otro y con la verdad compartida, y son la fuente de la autoestima que vamos a necesitar para afrontar el bloqueo de la razón en el yo infantil y las penurias que nos esperan.

No procede confundir el término medio con la mediocridad, la valentía con la temeridad. Les pido que sean resistentes, que mitiguen su miedo, que su coraje les siga impulsando a colaborar y a organizarse con el otro. La madurez, ese punto medio de la vida, en el que ya no actúas sin pensar, ni piensas sin actuar, es el momento para hacer brillar esa virtud que comprende y supera la ira para crecer (desde y) con el apoyo de la madurez de los demás.

¿Queremos que nos traten como a niños asustados o como a ciudadanos maduros? Si nos siguen tratando como a niños ya saben lo que pasa cuando el bebé descubre que le han quitado el chupete. Queremos ser exploradores de la solución, formar parte y comprometernos con un equipo, un equipo eficaz.

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