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José Ángel García
José Ángel García
08/10/2022

Por los caminos del arte

La íntima relación de nuestra capital con el arte contemporáneo –en especial con la expresión abstracta aunque no sólo con ella– que se iniciara con la apertura en 1966 por Fernando Zóbel del Museo de las Casas Colgadas y continuara luego con la asimismo puesta en marcha de la Fundación Antonio Pérez se hace especialmente presente estos días en la agenda expositiva artística del país con una doble cita: la muestra “Manolo Millares (cincuenta años después)” que, al cumplirse el medio siglo del fallecimiento de este artista, acaba de inaugurarse en la segunda y la que, también desde fecha bien reciente, puede verse en la barcelonesa sala de la Fundación Catalunya La Pedrera, bajo el título en su caso de “Los caminos de la abstracción, 1957-1978. Diálogos con el Museo de Arte Abstracto de Cuenca”, y en la que parte de los fondos de la institución zobeliana hoy regida por la Fundación Juan March –que al socaire de las actuales obras de climatización que mantienen bajo mínimos de visita su habitual sede,  han hecho las maletas para irse de gira tanto, cual ahora, por nuestro mapa estatal como luego por sendas estadounidenses y alemanas– y tal y como indica su epígrafe, charlan vis a vis con obras de los principales referentes internacionales de esta corriente plástica. 

Y así, mientras en el recinto expositivo catalán las realizaciones de Tàpies, Chillida, Antonio Saura, Antonio Lorenzo, Eusebio Sempere, Albert Ràfols-Casamada, Gustavo Torner, Fernando Zóbel, Pablo Palazuelo, Rafael Canogar, José Guerrero, Joan Hernández Pijuan o el propio, también, Millares, presumen de calidad codo a codo con las de Jean Dubuffet, Lee Krasner, Nicolas de Stäel, Alexander Calder, Lee Krasner, Willem de Kooning, Helen Frankenthaler, Hans Hartung, Alberto Burri, Alexander Calder, Ad Reinhardt, Esteban Vicente o Mark Rothko –en ese tú a tú que, cuando posteriormente pueda verse en las previstas exposiciones en Dallas y en Coblenza, pondrá bien de manifiesto la importancia de nuestro arte abstracto, una importancia y validez no todo lo reconocidas fuera de nuestras fronteras de lo que bien se merecen aquí al lado– en las sedes de la Fundación Antonio Pérez de nuestra capital y de San Clemente, podemos acceder a una serie de obras de los años cincuenta y sesenta del artista canario y a un buen ejemplo de su obra gráfica que, al permitirnos seguir su evolución desde esa digamos primera etapa hasta sus conocidas arpilleras que la colección permanente de la institución atesora en la sala que lleva su nombre –el espacio hoy por hoy, con más obra reunida de este creador exhibida de forma permanente– así como su mantenido interés por la gráfica, sigue potenciando la palmaria condición de la Fundación, como bien ha señalado el comisario de la muestra Alfonso de la Torre, como “centro de investigación millaresco por excelencia”, una realidad a la que vienen también a contribuir las dos espléndidas publicaciones asimismo editadas para la ocasión por la Fundación: el propio catálogo de la muestra  y el volumen que bajo el rótulo de “Querido Manolo, un abrazo y à bientôt” reúne la correspondencia –misivas y tarjetas postales– entre el creador palmense y el propio Antonio Pérez. Ambas citas son reflejo de la valía de nuestra ciudad en la historia del arte español contemporáneo, una baza de peso que en demasiadas ocasiones no aprovechamos, ¡ay!, tanto como debiéramos. 

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