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Orión
Orión
02/08/2020

Insostenible II

Cuando toda esta tragedia que vivimos comenzó, alguien dijo que la pandemia constituía una oportunidad que deberíamos aprovechar.

Entonces nos pareció un modo amable de sugerir que no deberíamos perder la esperanza completamente, una manera de generar consuelo, un tópico que rozaba lo pueril.

Pero tenía razón.

La pandemia nos ha puesto ante el espejo la imagen de lo que somos como pueblo, como sociedad. Nos ha facilitado una oportunidad de conocernos mejor y, en consecuencia de actuar para cambiar lo que no nos está gustando de lo que vemos y reafirmarnos en aquellos aspectos que nos pueden llenar legítimamente de orgullo y de esperanza.

Y estamos pagando un alto precio por esos diagnósticos como para despreciar sus enseñanzas.

Y a la admiración que sentimos por un amplísimo número de personas que han demostrado un compromiso, una actitud moral que supera con mucho lo que sería exigible por las leyes que regulan el contrato social, se ha unido el conocimiento de la actitud de otros, que no demuestran sino un egoísmo manifestado en comportamientos irrazonables, incívicos e insolidarios. Actitudes y comportamientos que nos parecen profundamente desequilibrados.

Y como ya dijimos en otro artículo anterior todo lo que no busca el equilibrio es inestable y en consecuencia es insostenible.

La semana pasada hablábamos de uno de esos colectivos que al desobedecer las normas y recomendaciones sanitarias nos han colocado en una situación perversa: más confinamientos y más ruina o más enfermos para evitar la ruina inmediata. Sí, hablamos de los egoístas del capricho, en frase de un doctor amigo.

Pero el espejo nos ha devuelto además una imagen que antes nunca habíamos querido mirar de frente. Y desprende un cierto olor a podrido, “a fruta podrida”, matizó Adán.

El modo en que tratamos a miles de personas vulnerables que en estos meses viajan por nuestra geografía, que vienen como temporeros para ocuparse de los duros trabajos de recogida de los frutos de una agricultura que nutre de productos a toda España, a media Europa y de los que sabemos (ahora mejor porque el espejo nos los ha puesto enfrente sin posibilidad de esquivar su dramática imagen) que en muchos casos viven como animales, hacinados, sin higiene, mal pagados, inseguros y convertidos en población de alto riesgo ante la enfermedad, que los convierte en afectados y vectores de contagio.

Hemos conocido episodios que por sí solos nos remiten al concepto de un nuevo modo de esclavitud.

Sí, la pandemia nos ha dado la oportunidad de conocer esa lacra que ni es humana, ni es legal, ni por supuesto es sostenible.

La pandemia nos ha brindado una oportunidad de diseñar de modo diferente la “nueva normalidad” que nos espera.

¿Hay alguien que ya piensa en ella con un libro de ética en su mesa?

Queda dicho.

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