Fiestón

De forma rutinaria, una semana antes de que comenzaran las fiestas de mi pueblo, mi primo Javi insuflaba aire y comentaba: «huele a feria». Para aquellos años: Bombón y copa de coñac, con puro y lo que el Barbas dispusiese.  Será la nariz, serán los años.  Ahora un churro de algo más de aceite que chocolate, patatón las más noches y más quebrantos que nada entre colas, sirenas, la canción del verano y polvo en los zapatos.  Las fiestas en honor a San Julián asoman ya el hocico.  Hasta hoy lo había pasado por alto porque, de tan lejos, no las había apreciado; sin embargo, ahora que se dejan ver: ¿Del 12 al 30? ¿De verdad? Really? ¡Copón!  Me entran sudores fríos.  Se ve el principio pero no el final.  Teniendo en cuenta la climatología de Cuenca; las fiestas comenzarán en verano y acabarán en invierno.   Digo más, según venga el tiempo, podemos juntar durante las fiestas la siega de las pipas con la vendimia.  Dos cosechas, como las fértiles vegas del Nilo.  ¡Milagro!  Viéndolo así, San Julián se merece dieciocho días de fiesta y más: La vuelta de Spook, Barraca y ACTV juntas para pinchar pasodobles.  Ahora  en serio.  Quizás son demasiados días de fiesta.  Y vosotros pensaréis: No es obligatorio que te vayas de fiesta todos los días.  ¿Pero qué clase de conquense sería, si no pisase la chapa, al menos, veinte de esos dieciocho días?