Felicitaciones y parabienes

Tras la reciente finalización de las exposiciones en nuestra capital provincial del pintor y profesor José María Lillo y del fotógrafo y ceramista Luis del Castillo, en esta ocasión centrado en esta su segunda faceta creativa, no cabe sino la felicitación a uno y otro tanto por la calidad respectivamente alcanzada por ambos en tales muestras como por la evidente repercusión que las dos han tenido en la agenda plástica de la ciudad. Porque anda si no merecen tales felicitaciones tanto el asombroso despliegue de buen hacer a la par técnico y artístico del magno y sorprendente catálogo arbóreo del diríamos que cuaderno de campo a lo grande con el que el primero ha asombrado a propios y extraños en las salas de la Fundación Antonio Pérez, como el juguetón juego de guiños de color y forma del derroche imaginativo exhibido por el segundo en la Sala Iberia. Felicitaciones para ellos y parabienes –déjenme que utilice, con toda intención reivindicativa, este vocablo que, pese a su absoluta rotundidad expresiva mucho me temo que ande más bien en desuso en nuestro habitual parloteo cotidiano– para las asimismo aventuras expositivas que entre ayer jueves y hoy viernes abordan a su vez el jovencísimo Simón Cañas –ya saben, Monster Geo– por un lado y por otro uno de los más permanentes valores plásticos de estos nuestros lares, Antonio Mancheño, El Manchas, ambos en el antes ya citado recinto de las antiguas Carmelitas; para ellos pues eso, mis parabienes en su más estricto significado de mostrar a alguien, en este caso, evidentemente, a ambos artistas, el deseo de que un hecho o un suceso que le afecta le proporcione felicidad, esa felicidad que seguro les van a aportar sus respectivas nuevas salidas a la arena expositiva. Felicitaciones pues para los unos y parabienes para los otros a la espera de que el próximo 27, ahí por tanto ya a la vuelta de la esquina del calendario, desembarque en la Casa Zavala, enmarcada en los actos conmemorativos del veinticinco aniversario de la declaración de Cuenca como Patrimonio de la Humanidad, “Aspidiske”, el más reciente ejemplo, bajo tan estelar denominación, de la maestría del hacer en el campo del arte cinético –en sabia alianza el arte, la ciencia y la experimentalidad– de nuestro paisano José María Yturralde, cercana aún la concesión a su trayectoria del Premio Nacional de Artes Plásticas del pasado 2020. Buen fin de año por tanto para la plástica conquense a la espera de que, también relativamente pronto, en los inicios mismos del venidero febrero, se abra la plurimuestra que en distintas salas de la ciudad pondrá a nuestro alcance buena parte de la colección personal de otro paisano nuestro, el hace ahora poco más de un año tan inesperadamente fallecido Miguel Ángel Moset, sin duda uno de los principales nombres de referencia de la plástica hispana contemporánea.