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Eduardo Soto
Eduardo Soto
29/04/2020

Los criterios y el virus

Son muchos los dilemas éticos que afloran en el fértil campo que ofrece la pandemia a nuestro cerebro y su marco cognitivo. Y no hay respuestas fáciles para casi ninguno de ellos. Por ejemplo, uno de máxima actualidad es a quién concederle la licencia para trabajar, y a quién no, porqué y, ya puestos, cómo. Para abordar los problemas de ese estilo el pensamiento crítico emplea lo que se llama el ajuste del juicio a un criterio. Un criterio es el principio o regla que se emplea para emitir un juicio. Si disponemos de un criterio consensuado ya podemos permitirnos emitir juicios sobre los diferentes aspectos de los problemas. Supongamos que el problema es “evitar los contagios”. ¿Cómo lo hago? Empleo los conocimientos ciertos que hasta ahora me ha aportado la ciencia: que el virus se pasa de persona a persona a través del aire y sabemos que puede volar un metro y medio. El criterio puede ser “no estar a menos de metro y medio de otra persona”. Con ese criterio consensuado emito un juicio: no es conveniente acercarse mucho a otra persona, así evito contagiarme. Este es un criterio que todos hemos dado por válido y del que ya nadie duda.

Si el criterio no es coherente, por ejemplo, no se aplica a todos por igual, crea controversias, y también desconfianza en la sensatez de que enuncia el criterio. Si no está claramente definido, una vez enunciado, su ambigüedad deja en manos de quien lo aplica, y por tanto en su visión subjetiva, la interpretación del mismo: la arbitrariedad.

Como ya se ha visto, resulta aparentemente fácil (guiño- guiño, codazo-codazo) juzgar la buena o mala elección de un determinado criterio cuando ya se ha puesto en práctica. Lo difícil es enunciar el criterio antes de observar sus resultados y comprometerse con él. Les voy a proponer a mis inteligentes lectores un ejercicio de libertad cognitiva para que valoren y comparen la dificultad filosófica que entraña escoger el mejor (o los mejores, ya que normalmente es la suma ordenada de varios).

Pongámonos en el caso de que se encuentra una vacuna eficaz (dentro de unos nueve meses). Piénsenlo, tenemos que vacunar al mundo entero, es decir, a 7 mil millones de personas, necesitamos esas dosis si es una vacuna de dosis única, y 14 mil millones si es una vacuna de dos dosis. ¿Quién debe vacunarse primero? ¿Usted? ¿Su vecino que es más mayor? ¿Los niños? ¿Los trabajadores de la sanidad, en cuyas manos está nuestra sanación? ¿Los trabajadores de su empresa? ¿Los políticos, que deben mantenerse atendiendo la urgente demanda de cientos de decisiones? ¿Los que mantienen los servicios públicos mínimos? ¿Los servidores del orden? Haga el esfuerzo, póngase en el pellejo de quien tiene que decidir. Eso es la política participativa. Opine, debata con su familia, con los amigos. No espere a que el gobierno de turno tome una decisión y pueda entonces lanzarse en plancha a criticarla. Valore con su cerebro, y con el compartido grupo de investigación y razonamiento que significa su grupo afectivo, cuál debería ser el criterio más adecuado. Pruebe a calibrar las dimensiones del que quiera aplicar, sea el egocéntrico (¿Primero a mí? ¿a mi padre?), el lógico (¿primero los médicos?), o el humanista (¿primero los ancianos?), el solidario (¿Primero los que menos recursos tienen para defenderse de la pandemia?), el económico liberal (¿primero el que pueda pagar las vacunas?), el estadístico matemático (¿Primero el que esté en el margen de máxima probabilidad de contagio?), o el de la urgencia o la perentoriedad (¿Primero aquellos a los que les llegue primero?). Puede haber muchos más; el que ya les advierto que no vale es el de: “el que sea pero ya”, porque no es un criterio. Me entienden ¿verdad?

No tardamos en darnos cuenta de la complejidad que significa y va a significar la distribución de una vacuna segura y eficaz contra el COVID. No nos sorprenderá que en su día el debate a nivel internacional alcance al más alto grado de polémica, o de secretismo: ¿Deben ser los gobiernos que proporcionan los fondos para la fabricación de la vacuna los que tomen la decisión? ¿La OMS? ¿Las empresas que lo fabrican? ¿O los países donde se llevan a cabo los ensayos?

El criterio para establecer la prioridad en la aplicación de esa preciada solución nos enfrenta a todos los seres humanos a un problema ético de dimensiones colosales, únicas y de la máxima relevancia, pues en ello nos va nuestra supervivencia. ¿Seremos capaces de establecer un criterio unificado, un consenso pacífico y que a todos nos parezca oportuno? Una buena crítica se sirve de criterios valiosos. Los criterios nos permiten seguir buscando la verdad y los mejores modos de formularla. El virus nos hace a todos corresponsables de nuestro modo de pensar. Pensemos.

Buena cuarentena.

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