Es noticia en Cuenca: UCLM Cuenca Educación Programa Semillas Ayuntamiento de Cuenca Día del Libro ADOCU Cuenca ASAJA Cuenca

Antonio Requena Carrillo, clarín desgarrado

El clarinazo de Turbas traspasó las puertas de El Salvador en su despedida
Antonio Requena Carrillo, clarín desgarrado
10/02/2020 - José Vicente Ávila

El sonido de un clarín desgarrado, entre los toques de las campanas de la parroquia de El Salvador doblando por la muerte de Antonio Requena Carrillo (Cuenca, julio 1933 / Madrid, 4-02-2020) ponía el vello de punta a quienes despedíamos a este médico conquense, amante de sus tradiciones, que nunca se fue de Cuenca aunque residiese en Madrid.

El párroco rezaba el responso y en ese final del “descanse en paz” el clarinazo de Turbas traspasó las puertas de esa parroquia nazarena en la que Miguel Zapata dejó en bronce la Pasión según Cuenca, con la imagen de Jesús en su Transfiguración.

En uno de los plafones, los turbos aparecen en su papel en el Camino del Calvario de cada Viernes Santo en Cuenca, y es el propio Antonio, transfigurado por Zapata en bronce, el que toca el clarín eterno. Fue uno de sus hijos, emocionado, quien lanzó ese clarinazo que Antonio debió percibir en el azul de las estrellas casi a las cinco de la tarde, en el adiós del duelo.

Antonio Requena fue un conquense en la diáspora enamorado de Cuenca, de sus gentes, de sus tradiciones, pero de manera especial de su Jesús Nazareno de “El Salvador” como hermano (fue hermano mayor en 1974-75, con Francisco Rodríguez Fonseca) y sobre todo como clarín de Turbas.

En su profesión de médico traumatólogo ejercida en hospitales y clínicas de Madrid, el doctor Requena siempre tuvo esa fraternal acogida “a los de Cuenca”. Cuando me hablaba de los apellidos vascos o catalanes, enseguida le salía su conquensismo: “Yo tengo más, entre los Requena y Carrillo y toda la biblia en verso”. “Y además soy nazareno y turbo”. Y a modo de saludo su frase favorita: «¡Sasomen!«

Antonio Requena Carrillo, clarín desgarrado

No sólo ejerció de conquense en la Villa y Corte, sino que además transmitió ese cariño por la tierra que le vio nacer a sus seis hijos y demás familia. Cuando podía se venía a Cuenca a respirar aire puro, como él decía, y cómo no, su gastronomía y su resoli, porque ese licor le recordaba la Semana Santa. En 2016, en uno de sus últimos viajes a Cuenca, se acercó hasta la ermita de San Isidro con uno de sus hijos. Allí le acompañamos Florián Belinchón, como presidente de la Hermandad, y yo como secretario, además de amigo.

Su deseo era visitar la tumba de Miguel Zapata –su querido amigo del alma y padrino de uno de sus hijos–, en la que está colocado uno de los plafones nazarenos de las puertas de El Salvador, y recordar a José Luis Lucas Aledón. Le hizo gracia aquello de “hasta luego Lucas” de la placa en barro de Tomás Bux. Se emocionó Antonio en aquel idílico jardín de la eternidad y al reconocer el monaguillo de la ermita, dijo sin más: “Este es del Jesús”, y le comentamos que estaba allí cedido por la Hermandad. Se admiró observando la vidriera de Zapata, que refleja el cartel de la Semana Santa de 2006.

Antonio Requena publicaba todos los años en la prensa conquense (Diario de Cuenca, Gaceta Conquense, El Día de Cuenca) su particular visión de la procesión “Camino del Calvario” y el comportamiento de sus queridas Turbas, reivindicando siempre la importancia de los clarines, en la salida, en la entrada, en las curvas, en la anteplaza, en la Plaza Mayor o en San Felipe.

Durante algunos años, Antonio intentó recuperar aquellos escritos publicados en prensa. “¿Has encontrado algo, Vicente?”, me preguntaba esperanzado, pies siempre me llamó con ese nombre. Convencí a mi compañero Julio Rebenaque, otro clarín de Turbas, para que me ayudase en la labor de búsqueda, y yo en casa, y Julio en la Casa de Cultura, fuimos recuperando las copias de aquellos artículos que Rebenaque le pudo entregar a Antonio, quien se llevó una de las mayores alegrías.

Antonio ya no podía volver a Cuenca por Semana Santa debido a su enfermedad. Repasaba textos y fotos de su “Camino del Calvario”. Se emocionaba escuchando “el Miserere de turbas”. El párroco Gonzalo Marín decía en la homilía del funeral que una de las hijas de Requena le había comentado que en los últimos meses de su vida sólo quería escuchar ese Miserere, que sus nietas le pusieron en una cinta en el micrófono de la iglesia ante el féretro. Fueron momentos de escalofríos, y allí estaba en su capilla de estrenado retablo, la talla de Jesús de las Seis, mirando de frente… DEP, Antonio Requena Carrillo.

Antonio Requena publicó varios trabajos sobre la procesión «Camino del Calvario» y entre ellos destaca el libro «Las Turbas. Aproximación a un estudio«, en colaboración con José Luis Lucas Aledón y Jesús Moya Pinedo. De los artículos publicados en la prensa conquense entre 1980 y 2003, he recuperado algunos fragmentos de los años 1989, 1994 y 2000.

Antonio Requena Carrillo, clarín desgarrado

1989 “…¡Y SONARON LOS CLARINES!”

“Espacio y característica propia de nuestra Semana Santa, las turbas son quizá el momento de mayor emoción y sentimiento para todo conquense. Concentrados ante las puertas de El Salvador y esperando con ansia y nerviosismo la aparición de los primeros pasos, el revuelo y la aglomeración llegan a pasar desapercibidos para todo aquel que se encuentre en este lugar. Un año más, cuando ya han pasado esos días de júbilo y cansancio podemos hacer un pequeño recorrido por lo que son y serán por mucho tiempo nuestras Turbas”. (…)

Observamos la Plaza Mayor desde el repecho de San Pedro y la Catedral; qué riqueza de colores, de movimientos de voces. Esta Plaza… ¡Cuidado! El Jesús se mueve… Por antigüedad me toca a mí coordinar los clarines; tengo suerte, en el arco central del Ayuntamiento nos reunimos como por encanto diez-doce clarines, entre ellos Jesús, Vieco, Agustín, Jesús (el ojazos), Antonio, Emilio, etc. ¡A la que se mueva! ¡Ahora!…. enorme clariná. Pinós graba para RNE. ¡Vamos!, a la Verónica y luego ¡al Guapo!… (…)

¡Atención!, se está preparando el miserere de Pradas, gran expectación. Los tambores se van parando. El Jesús para y mira… Miserereeeere… Silencio absoluto, ¡qué momento! Jesús habla con el Padre… termina, se mueve. ¡Terrible clariná! Los clarines preguntan, ¿Jesús qué te han dicho…? Comienzan las notas “del San Juan”, el cual parece volar detrás del Maestro. Aparece la Virgen… solemne silencio.” (…)

Andrés de Cabrera –esquina a Peso—avalancha por el embudo; quizás sea esta la parte del trayecto más parecido al Jerusalén de entonces. A la que se mueve, comienza los gritos ¡Qué se va!, ¡Qué se va!; los clarines casi revientan. Doblamos Peso y aparece la obra maestra de Marco Pérez, aunque no fuera su preferida, ¡qué encuadre!, ¡qué maravilla! Los tambores redoblan “a vida o muerte”, van sincronizados, los palillos a tope, los clarines a la que se mueva, sonando de verdad. Aquello se estremece… ¡se nos va!.., la avalancha. (…)

La última clariná la echamos en la capilla del Jesús, conatos de agarrada entre judíos y cristianos, siguiendo la tradición histórica y de las Turbas”.

1994: “LA RUTA MÁGICA DE LAS TURBAS”

En 1994 Antonio dedica la croniquilla a su tío Gonzalo Carrillo, con el título “La ruta mágica de las Turbas” –“como objetivo de encontrar el deseado equilibrio entre lo divino y lo humano”), que iniciaba así: “¡La verdad! es tan intensa y variada la riqueza anímica y plástica de nuestra Semana Santa, que ningún año es igual al anterior. Ello, quizá sea el principal motivo por el que una vez culminada la Pasión y la penitencia que lleva consigo, una vez llegada la Pascua de Resurrección, nos disponemos con nuevos bríos y ánimos a emprender el nuevo tramo del año próximo con el fin probable de encontrar algo nuevo que nos haga resucitar una vez más, reflejados en aquella figura sin par, que fue Jesús. (…)

El caso es que el ciclo Pasión –Muerte y Resurrección— lo vivimos todos los años en intensidad creciente y apasionante. En un intento quizás de encontrar la catarsis de nuestras atribuladas almas, en el amor, la justicia y el perdón, que nuestro Maestro nos predicó con el ejemplo máximo… y que por desgracia son traicionados por sus antagonistas: odio, injusticia y egoísmo. (…)

Afortunadamente, Cuenca tiene las armas espirituales, plásticas y culturales suficientes: su propio escenario, su música (aún sin explotar) en gran parte y sobre todo el gran espíritu conquense que con una actitud fervorosa y entrañable forma una gran piña en torno a sus tradiciones señeras y concretamente en la que acabamos de disfrutar. Al menos por unos días, vivimos la ilusión de que el espiritualismo predomina sobre el materialismo en nosotros”.

Antonio Requena Carrillo, clarín desgarrado

TURBAS 2000: “A MIS AMIGOS TAVO Y PACHECO IN MEMORIAN”

“A las cinco y media, en punto, de la madrugada, se efectúa la salida, quizás más clamorosa de todos los tiempos. El hermano Zapata, antiguo turbo de vocación, dio la salida, abriendo el viejo portón del Salvador, transfigurado por sus manos en una genial Pasión de Cristo Conquense, en bronce. Comienza la bajada de “Botes”… y ya observamos las fraguas de los herreros que, emocionados, esperan impacientes el paso de su Dolorosa preferida. Serían las seis y cuarto cuando la Turba, en volandas, pisa tierra firme en la Puerta de Valencia; los tambores se organizan, alguna clariná en “el Chiri” y de pronto irrumpe el Jesús en ese cruce mágico de las dos Cuencas: la baja y la alta, la judía y a moruna… (…)

Siguiendo una mala costumbre, cruzamos por la calle Estrecha, o de San Juan, hasta la Audiencia tras una reconfortante espera de veinte minutos. El Jesús aparece doblando, tres clarines nerviosos se adelantan… ¡Quietos!, el paso para… ¡a la que se mueva! Todos clarines

Resolí…iii, resolí.. iii, resolí, resolí!... Tambores: ¡Alajud, alajud, alajud, ju, ju... Este remoquete me lo contaba hace muchos años Antonio Aguilar Galdrán. “Qué tiempos, no pasaríamos de cuarenta turbos…” (…)

Por fin llegamos a la anteplaza, y al lazo fuimos formando un grupo de unos treinta clarines, suficientes, dada la acústica del lugar, para conseguir una de las entradas más vibrantes y emotivas en nuestra querida y magistralmente restaurada Plaza Mayor y aledaños”.

No quiero terminar sin enviar un fuerte abrazo a mis queridos amigos, Miguel Zapata e Ismael Martínez Barambio, por su buen hacer artístico en pro de Cuenca”.

Antonio Requena Carrillo, clarín desgarrado

FRAGMENTO DEL PREGÓN DE SAN MATEO 1987

Antonio Requena Carrillo pronunció desde el balcón del Ayuntamiento el Pregón de San Mateo, el 18 de septiembre de 1987, del cual entresacamos estos párrafos:

“A cincuenta metros de donde nació mi madre María y a tres de donde se sentaron mis ancestros (Ricardo y Jesús) como ediles de este Consistorio, tengo el legítimo orgullo de dirigirme en este 810 aniversario a esta Cuenca juvenil, lúdica y báquica, en el noble y doble sentido de la palabra.

Antonio Requena, en su Pregón, quiso distinguir la evolución histórica de la fiesta matea, con dos períodos marcados por una fecha: 21-IX-1581. En el primero (1177-1581), de 404 años, hay datos suficientes para demostrar que dicha festividad, que era sólo de carácter profano y eminentemente taurino) no sólo se daba en estas fechas, sino en otras muchas celebraciones como San Bernabé, San Juan, San Abdón, San Julián y la Virgen de las Nieves, y no sólo en la Plaza Mayor, sino también en las Hoces del Júcar y del Huécar y el campo de San Francisco…

En el segundo período (de 1581 a la actualidad), la fiesta pasa a llamarse de San Mateo y queda diferenciada de las demás. Ello acontece al establecerse la festividad cívico-religiosa en honor del Apóstol y Evangelista el mismo día de la conmemoración de la conquista de Cuenca por Alfonso VIII a los almohades.

Esto tuvo lugar el 21 de septiembre de 1581, reinando en medio mundo Felipe II, siendo corregidor de esta ciudad don Busto García de Villegas y obispo de la diócesis de Cuenca don Rodrigo de Castro.

Concluía Requena Carrillo su pregón con las novedades incorporadas a la vaquilla de San Mateo (peñas, cartelistas, pregones, pasodobles…) señalando que “sea como fuere, ya se encuentran integradas en la fiesta, lo que prueba una vez más que, cuando una tradición se encuentra bien arraigada en sus esencias, no hay nada ni nadie que la desnaturalice y menos que la extinga. Al revés, queda revitalizada y fortalecida y con ello se fomenta la unión y la comunicación entre todos, lo que supone al fin y al cabo uno de los fines primordiales y, no olvidemos, culturales de toda tradición”.