También Europa

A la expectativa aún de cómo se conformará la gobernanza del país tras los resultados de la tan reciente llamada estatal a urnas ahí tenemos ya, a nada del calendario, nueva cita electoral nada menos que triple: municipal, autonómica y europea; lo más cercano y lo que en principio, vaya, nos parecería más lejano aunque en realidad no lo sea que, qué demonios, no cabe olvidar la tremenda importancia que para nuestro incluso personal discurrir de cada día tiene la pertenencia desde 1986, treinta y tres años ya, de nuestro país a la Unión Europea, una pertenencia gracias a la cual en tan gran medida consolidamos nuestra democracia y modernizamos nuestras infraestructuras y a cuyo futuro tan ligados estamos, que no podemos dejar de ser conscientes ni de que España fue y ha sido receptora de fondos europeos ya desde el mismo año siguiente a su incorporación ni de que, por ejemplo, aproximadamente el noventa por ciento de la inversión que recibimos viene precisamente de la Unión o de que, hablando en números redondos, el setenta por ciento de nuestras exportaciones se destina a países comunitarios de los que a su vez provienen el sesenta por ciento de nuestras importaciones. Pero la verdad es que, aunque esa pertenencia sea tan decisiva y a, también el que las propias normativas y directrices europeas influyan en tantísimos aspectos de nuestro día a día –desde las medidas de seguridad alimentaria a las normas limitativas de la competencia, por ejemplo– la verdad es que las elecciones a su Parlamento no parecen despertar por estos nuestros lares excesivo entusiasmo ni para los españolitos de a pie ni a veces, si hay que juzgar por lo poco que normalmente suelen referirse a ello, de bastantes de nuestros políticos. Y sin embargo, y especialmente tal como se han puesto últimamente las cosas en el panorama internacional y dentro de la propia Unión, sacudida por temas tan preocupantes como la gestión de la crisis migratoria, el auge de los populismos o su propio papel en la escena mundial, vaya si no es importante que decidamos quiénes han de ser nuestros representantes en el único órgano que hoy por hoy, dentro de la estructura europea, está basado en la democracia directa, es decir, se configura mediante elección directa por parte de los ciudadanos; un Parlamento cuyas competencias son decisivas cara a aprobar aquellas normas que, como europeos y españoles tanto –que se me perdone la reiteración– tanto nos afectan, nos demos o no cuenta de ello, y que también debe jugar un papel importante a la hora de fijar el rumbo por donde debe continuar el proyecto comunitario, por dónde y hacia dónde debe marchar una aventura que, pese a todas sus carencias y todos sus fallos, ha sido y es única y diferente y, desde luego, a quien esto firma le parece la mejor opción de cuantas se han esbozado nunca en la historia sociopolítica de nuestro planeta. Pensemos en ello y a partir de ahí démosle también, junto a la que evidentemente tiene nuestro voto para elegir a nuestros representantes en las instituciones locales y autonómicas, la importancia que debe tener, que tiene, el que emitamos para las europeas.