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Las Noticias de Cuenca
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23/05/2018

Leer o no leer

Leer. Para muchos, es uno de los grandes placeres de la vida. Los motivos son diversos, y entre ellos está el conocimiento que procuran determinados libros, el disfrute, la evasión, lo que pueden evocarnos y hacernos sentir, reflexionar, agitarnos interiormente. Pero los hay, también, que entienden la lectura como un sacrificio, que se retuercen de aburrimiento y de pereza en el sillón entre página y página de una obra que les parece interminable. Que son incapaces de comprender buena parte de su significado. Que prefieren mirar por la ventana o salir a la calle. Navegar por el móvil o jugar a un videojuego. Ver fútbol.

Sucede no obstante que la lectura, en realidad, es compatible con muchísimas otras cosas. Que se puede estudiar, trabajar, hacer deporte, salir con los amigos, planchar la ropa, ir a comprar, ver un partido, hacer el vago… sin que ello nos impida disponer de un rato cada día para adentrarnos en las páginas de un libro y viajar a través de las palabras de su autor, sumergirnos en otros mundos, exteriores o interiores, aprender vocabulario y sintaxis, o simplemente pasar un rato entretenidos.

Que la gente de Cuenca lee parece un hecho indiscutible: basta comprobar el número de usuarios de las bibliotecas (el 56 por ciento de la población de la capital tiene carné en alguna de ellas) o la afluencia que está teniendo la feria del libro Cuenca Lee.

Pero otra cosa es que se lea lo suficiente y que lo leído nos nutra, porque no es lo mismo leer determinados best-sellers que obras catalogadas como clásicos de la literatura, hacerlo pausadamente que corriendo, sin comprender del todo, probar distintos géneros que quedarnos estancados en uno solo cuando la riqueza es tanta: novela, relato corto, poesía, ensayo, biografías…

Algunos expertos aseguran que es necesario que en las escuelas se dedique más tiempo a la lectura tratando de crear en los alumnos un hábito lector. Y que se profundice en la comprensión de los textos. Es posible. Pero no es menos cierto que las familias también tienen una gran responsabilidad: a los niños que no vean libros en su casa y cuyos padres no lean, les costará más. En los primeros años de vida, muy especialmente, necesitan ejemplos en su entorno. Y ayuda. Luego, ya con los años, serán ellos mismos quienes elijan qué leer. Y lo hagan acompañados o solos pero, sobre todo, disfrutando.

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