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Orión
Orión
28/06/2017

La Casa del Pueblo

Fueron los socialdemócratas suecos pioneros en la concepción del Estado del Bienestar que, con mayor o menor fortuna, fue desarrollándose después en diferentes países europeos.

Financiados por una política fiscal progresiva y fuertemente redistributiva se fueron implantando los servicios sanitarios, los educativos, los sociales y se implementaron las infraestructuras y el régimen de pensiones que permitió mantener a raya la desigualdad y creó una fuerte cultura de la solidaridad, base de una convivencia razonablemente pacífica.

Todo esto es conocido universalmente.

Pero lo que no se ha divulgado entre nosotros, ha sido el hecho de que decidieran conocer a los espacios públicos con un nombre absolutamente inclusivo y de fuerte contenido simbólico y la vez educativo: ‘la Casa del Pueblo’.

El acierto fue tal que años después la derecha política sueca también lo hizo suyo. De este modo nadie considera los espacios públicos, que naturalmente incluyen los edificios y lugares en que se desarrolla la acción política, como espacios propios aunque haya ganado las elecciones. De este modo, a ningún sueco se le ocurriría expulsar de un sitio público a otra persona con la que tenga discrepancias de ninguna naturaleza. Nadie considera allí su patrimonio ni los espacios que son de todos, ni los servicios que prestan las administraciones. Al menos sin sufrir la reprobación de la gente.

A nosotros nos llegaron, tarde y de modo fragmentado aspectos importantes del Estado del Bienestar. Pero sospecho que algunos elementos, que no son solo simbólicos pues tienen además un profundo contenido conceptual, nos son ajenos.

La semana pasada tuvieron lugar dos episodios que justifican la sospecha, o mejor que son ejemplos de unas actitudes impropias de estos valores democráticos. Pueden parecer anecdóticos, pero revelan actitudes que solo se pueden explicar desde la perspectiva del que cree que las victorias electorales permiten el disfrute de la propiedad, cuando en realidad solo obligan a una prudente la administración de la responsabilidad del poder en beneficio de todos.

1.- El Presidente de la Diputación (que lo es también del PP en la provincia, lo que le obligaría a ser doblemente ejemplar), expulsó del Palacio provincial al Director provincial de la Consejería de Economía, Empresas y Empleo que acudió invitado por los organizadores de un acto promocional de carácter económico.

Tras increparlo en público con duras palabras, le hizo saber que no era bienvenido y le conminó a abandonar el lugar.

Con esta actitud y esas palabras, Benjamín Prieto demostró que se considera dueño del Palacio Provincial, que Evencio y yo, sin ser suecos, siempre hemos considerado “la Casa del Pueblo” de la provincia. Pero nos tememos que muchos se hacen el sueco cuando, mirando a otro lugar, obvian condenar esas actitudes que parecen una rara perversión del sistema democrático, que se caracteriza por que en él se dirimen las diferencias con la argumentación, con el diálogo.

El señor Prieto debería disculparse por el mal ejemplo, invitar al Director expulsado a una reunión y comunicarle que está dispuesto a cooperar con la Consejería en los futuros planes de empleo que tanto bálsamo aportan a tantas vidas maltrechas.

2.- Lo del Ayuntamiento es una más de tantas pasadas del equipo de gobierno.

Se celebraba una competición deportiva a la que acudieron cuatro concejales de la oposición (del PSOE) y una concejala del PP. El servicio de prensa “municipal” se desplazó para cubrir la información de la presencia de los representantes municipales. Pues bien, la información facilitada por ese servicio público de la institución (que no del PP) obviaba la asistencia de los socialistas, cuya portavoz, por cierto, estuvo todo el tiempo entre los asistentes a diferencia de otras autoridades.

¿Asunto trivial? En absoluto. Son demasiados los ejemplos que trasladan a la ciudadanía una falta de respeto por los aspectos simbólicos de la cultura política, por los detalles y que son reveladores de ideas que se deben considerar alejadas de lo que realmente representa un sistema democrático.

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