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José Ángel García
José Ángel García
11/02/2019

"Iba siendo hora"

Pues la verdad es que sí, que iba siendo hora, qué demonios (cambien ustedes lo de demonios por el palabro que les apetezca), de que de verdad por fin se vayan, según parece, a acometer las tantas veces llevadas y traídas obras de recuperación del antiguo alfar de Pedro Mercedes algo, que, loados sean los dioses, ya parece más cercano y posible, crucemos los dedos, tras la reciente aprobación por la Junta de Gobierno Local tanto del propio proyecto para su rehabilitación y acondicionamiento como el dar traslado de tal acuerdo al Consorcio de la Ciudad para la contratación y ejecución de la obra, un proyecto que según se nos dice tendrá un importe de 820.000 euros que se emplearán en revertir el proceso de deterioro que, lógicamente, ha venido sufriendo el inmueble y que recoge asimismo la creación de un itinerario expositivo y de espacios multidisciplinares que serán de uso cultural y docente para los ciudadanos y vecinos del barrio en el que se ubica, el barrio de San Antón. Sea bienvenida, y desde luego aplaudida, la noticia tanto por cuanto la realización de lo proyectado contribuirá más que cualquier otra cosa, a mantener vivo el recuerdo de la figura y obra de quien sin duda fue el más emblemático y reconocido de cuantos artistas trataron artísticamente el barro por estos nuestros lares, como por la aportación que en principio –ojo, si luego se gestiona bien– pueda significar, a más de para la agenda educativa y de ocio de su más próxima ciudadanía, la de la propia barriada sanantoniana, para la oferta turística de la ciudad. De momento el acuerdo, la noticia, la buena noticia del acuerdo, habrá venido a poner cierta tranquilidad y confianza en el hijo del alfarero que ya debía haber perdido bastante la esperanza de que lo tantas veces hablado y deseado llegara a concretarse, y espero que haya alegrado también, allá en el cielo de los creadores, al propio artista haciéndole si no tan feliz como, cual él mismo me dijera en más de una ocasión, le hacían la manipulación y transformación del barro y de la arcilla, por lo menos dándole la satisfacción de constatar que sus paisanos aún tienen en cuenta lo que supo conformar a partir de ese barro y esa arcilla, para los demás materia inerte, donde él primero veía, augur clarividente, y luego extraía, esas formas que la gracia de sus manos pondría a volar; esas manos –déjenme que me autocopie lo que un día sobre ellas escribí– que llegado un momento comprendieron que podían hacer más, mucho más que repetir una y otra vez los modelos tradicionales, por muy bellos que fueran, y, tras tal vez quedarse un instante detenidas en una última duda, en un postrer reparo ante lo ignoto, rompieron, audaces, la frontera entre artesanía y arte y avanzaron, repletas de preguntas pero anhelantes, por ello, de respuestas, en pos de la aventura que le llevaría a crear aquellos volúmenes e imágenes de cuyo “levántate y anda” tan sólo él sabía leer e interpretar la partitura.

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