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José Ángel García
José Ángel García
09/12/2018

Gestión de recursos

El reciente discurso de entrada en la Real Academia Conquense de Artes y Letras del arqueólogo y actual director de la sede en nuestra capital de la UNED Miguel Ángel Valero venía a poner aún más si cabe de relieve, a nivel del conocimiento público, la trascendencia de los hallazgos realizados en el yacimiento arqueológico de la villa romana de Noheda más allá incluso de la suma importancia del más conocido, el espectacular mosaico que orna el pavimento de su triclinium, excepcional no sólo por su amplitud –sus dimensiones lo colocan como uno de los más grandes del Imperio– sino por la calidad de sus materiales, por el elevado nivel artístico de las escenas representadas e incluso por la originalidad de los propios motivos escogidos, unos hallazgos que han venido a sumarse a la asimismo más que reconocida importancia de los también romanos yacimientos de las ciudades de Segóbriga, Ércávica o Valeria para otorgar en su conjunción a nuestra provincia una posición de privilegio en el mapa arqueológico nacional. Pero no es a esa bien sabida importancia a lo que este articulista quería referirse en esta su semanal entrega de hoy sino, aprovechando la ocasión, a la admonición realizada en su contestación al aludido discurso por el integrante de la corporación Vicente Malabia sobre cómo por estos nuestros lares no hemos atinado, no acabamos de dar, vaya, con la fórmula para que, en general, nuestro patrimonio histórico-cultural revierta en el desarrollo de la provincia, en especial sobre cómo no hemos sido capaces de encontrar los incentivos que posibiliten el turismo y la gestión de los elementos turísticos como elementos de desarrollo de las poblaciones locales en las que esos elementos se asientan y por tanto y en consecuencia cómo, en fin, por usar sus propias palabras, “son precisos otros planteamientos, otras ideas, otras maneras de pensar y hacer las cosas”, en definitiva “otra manera de poner los tesoros del pasado al servicio de la supervivencia del futuro”. No cabría, en verdad, sino decir amén a las palabras del académico porque efectivamente, ahí, ahí nos duele: ¿de verdad no seremos, no vamos a ser nunca capaces de gestionar mejor –no sé, creando, por ejemplo, rutas combinadas en que esos recursos históricos, artísticos y ambientales en comandita con los gastronómicos y hosteleros consigan que nuestros visitantes sean más que meros viajeros puntuales y fugaces– tantos valores a nuestro alcance? Qué demonios, sacudámonos la apatía o la rutina y, si no innovamos –qué por qué no– al menos copiemos sin pudor alguno lo que en otros lugares ya se ha hecho y vaya si no funciona.

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