El agua
Esta semana hemos visto con orgullo y satisfacción como los medios y las redes se ocupaban de algo nuestro: el desbordante nacimiento del río Cuervo. Parecen las cataratas de un gran río. De uno de los que reciben turismo a gran escala y cuyas imágenes atraen la atención y animan a la visita. Y es que el agua tiene una gran capacidad de seducción. Tanta que muchos no temen empobrecer a otros con tal de disfrutarla.
La Sierra y la capital pueden desarrollar, si así lo quieren, buenas líneas de turismo del agua…mientras dure, claro, que se unan a las ya existentes y a las iniciativas empresariales que ya están instaladas. Hay ofertas de turismo rural y de aventura que pivotan en torno a nuestros ríos y varias empresas comercializan el agua que nace en las entrañas serranas.
Pero desgraciadamente no parece que esto sea suficiente. La sierra se despuebla a un ritmo más alto que otras zonas de la provincia. Y si alguien se marcha es porque no puede tener un proyecto vital que lo retenga.
La actividad forestal no es suficiente. Demasiadas trabas. Tampoco la pesca ni las actividades cinegéticas. De agricultura no hablamos. Nos salva la PAC. Y la ganadería es un pálido reflejo de lo que fue en otra época.
Pero nada de esto es nuevo ni tiene un origen casual o misterioso.
Joaquín Saúl García Marchante, profesor emérito de la UCLM y antiguo vicerrector del campus de Cuenca lo explicaba en una brillante conferencia dictada en uno de “los martes de la academia” (feliz y exitosa iniciativa de la RACAL).
Mantuvo el profesor que Cuenca había sufrido históricamente una sistemática agresión en aspectos relacionados con la materia que nos ocupa.
Y puso ejemplos incontestables.
No es verdad, dijo, que seamos un erial inhóspito e improductivo. Cuando los gobiernos de España decidieron construir embalses y trasvases anegaron más de 16000 hectáreas de vegas, huertas, valles y parcelas altamente productivas, si se suman las ocupadas por los pantanos de Contreras, Alarcón, Buendía y otros de menor entidad.
Mientras las obras se hicieron hubo trabajo. Luego dejaron el hambre y, en algún caso infraestructuras turísticas efímeras, que acabaron cerrando.
Puso como muestra el botón sangrante del municipio de Enguídanos, que pasó de tener 3000 habitantes y una huerta que era la referencia de calidad de extensas zonas a sobrevivir hoy con apenas 300. Y eso porque se obligaron a reinventarse como destino turístico de gentes del levante.
Igual suerte corrieron los pueblos ribereños de los grandes pantanos que almacenan agua para llevarla a otros territorios y nos dejan el hambre.
García Marchante, con mapas y datos precisos, demostró como esas grandes infraestructuras que achicaron nuestra economía, ensancharon sin embargo el territorio dificultando las comunicaciones entre pueblos y localidades vecinas que impidieron la circulación cómoda y rápida de personas y mercancías, minando el comercio de proximidad.
No terminó su conferencia con el típico: ¡ea! ¿qué le vamos a hacer? ¡Es lo que hay!
Cerró su discurso con un vibrante alegato reivindicativo, ante un público entregado. Y lo hizo como corresponde a un maestro que ha estudiado la realidad para tratar de trazar los ejes del futuro, como un pregonero que vende su mercancía o su esperanza.
Aquí dejamos algunas de sus propuestas. Hay que recuperar las tierras que antes inundadas hoy están secas para los restos. Hay que cultivar en ellas productos forrajeros para fijar la cabaña autóctona ganadera, prestigiada y prestigiosa. Hay que fomentar el asociacionismo para su explotación y diseñar un plan de regadíos en convenio con las confederaciones hidrográficas y mejorar las comunicaciones y extender las coberturas de internet y redes a todos los territorios de la provincia.
Queda dicho. Y hoy nos despediremos diciendo: ¡Viva el Cuervo!
