A la espera

Tifones devastadores, terremotos, el duelo de machos irresponsables entre Estados Unidos y Corea del Norte en el panorama internacional o por acá, por esta nuestra común piel de toro, el cada vez más complejo, y desde luego más que preocupante, embrollo en Cataluña monopolizan estos días la actualidad informativa en aluvión de hechos y en cascada de comentarios y debates en tanto, cual ha ocurrido siempre – sería característica casi inevitable de la dinámica de los medios – su apabullante aquí estamos arrincona la presencia en ese día a día mediático de temas igualmente más que importantes, que también en su momento fueron titular e información estrella pero sobre los que apenas nadie habla ya, totalmente desaparecidos o todo lo más asomados “sotto voce” a cualquier rincón aunque ahí sigan las situaciones que propiciaron su presencia; asuntos que no volverán a saltar a las primeras páginas o a los titulares de cabecera de los informativos a menos que cualquier hecho llamativo puntual provoque, con su impacto, su retorno. Uno de ellos es sin duda la otrora omnipresente llamada crisis de los refugiados que casi parece que fuera cosa del pasado pero que sin embargo ahí permanece, no sólo irresuelta en sí misma y desde luego en sus causas, sino hecha cruda realidad cotidiana en quienes no sólo fueron sino siguen siendo sus protagonistas; por ejemplo en ese más de un millón de personas que, según el informe del Pew Research Center que conformado a partir de los datos de Eurostat se difundía el miércoles –sin, volvemos a lo mismo, demasiado eco– continúan a la espera, unas en mejores condiciones, otras en peores, de que la Unión Europea les dé o no amparo. Son el cincuenta y dos por ciento de los dos millones doscientas mil personas, de bebés a ancianos, que en 2015 y en 2016 (años en los que asistimos al mayor desembarco en nuestra área de extranjeros en busca de protección desde la segunda Guerra Mundial) pidieron refugio en alguno de los veintiocho países que la constituimos sin que hayan recibido respuesta (otro cuarenta por ciento fueron aceptados y el ocho por ciento restante rechazados sin posibilidad de recurso sin que sepamos qué ha sido de la mayoría, un cinco por ciento, de estos últimos). Veintiocho países entre los que España ocupa, con un sesenta y nueve por ciento de demandas en espera, la tercera plaza en un listado de lentos que encabezan, aunque con muy distintas características de las nuestras, Hungría y Grecia. Ahí están los datos y ahí continúa, enquistado, el problema, pero, ya saben, de lo que no se habla…