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Orión
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22/06/2018

629 (Más uno)

El pasado domingo arribaba al puerto de Valencia el buque Aquarius con inmigrantes a bordo.

El gobierno italiano había prohibido su amarre en uno de sus puertos. Salvini, el ministro del Interior, enseñaba su puño de hierro, su corazón de piedra, sus argumentos podridos por la xenofobia, el racismo y la insolidaridad más radical. Y suponemos que también respondía de ese modo impelido por los incumplimientos sistemáticos de los gobiernos europeos (entre ellos el español) de los acuerdos adoptados para afrontar los problemas derivados de los flujos de inmigrantes llegados al continente, especialmente desde África y Asia. Así, rechazó a las 629 personas que pedían ayuda.

España, a través de su nuevo gobierno, dio un paso al frente. Se encendió enseguida la llama de la solidaridad que caracteriza a una buena parte del país. Pueblos, ciudades, CCAAs, ONGs y familias se han ofrecido como receptores.

Pero aquí no llegaron 629. Llegó uno más. Un bebé había nacido a bordo.

Déjanos, amable lector, que afloren algunos sentimientos. Una mujer, embarazada de nueve meses, se embarca en una nave insegura para cruzar un mar que se ha convertido en cementerio de tantos, arriesgando su vida, la de su hijo, para huir de lo que mueve a todos los que se embarcan en una travesía plagada de riesgos y en muchos casos controladas por mafias que trafican con ellos. Dejan su tierra sumida en la guerra, escapan de la inhumana explotación a la que muchos son sometidos, de la miseria, para venir a este continente que conciben como un paradigma del bienestar, alejándose así del temor a una muerte dramática o a una vida sin un futuro feliz.

¿Qué tipo de persona podría soportar hierático su mirada de auxilio?

Crece el número de gobiernos que incumplen los compromisos, adoptados hace años, de acoger refugiados estableciendo cuotas en función de su riqueza, su población y su tasa de paro.

A nosotros nos tocaron once mil. Cuando Rajoy abandonó el Gobierno a penas habíamos acogido a seiscientos. Presentó una tarjeta con diez mil quinientos bajo par. ¡Todo un récord! Y España en el vagón de cola como en tantas otras cosas.

Nuestro nuevo Gobierno en apenas dos semanas ya ha acogido a más personas que el anterior desde que en 2015 se comprometiera en el marco del acuerdo alcanzado en el seno de la UE.

¿Es un gesto puntual o significa un cambio de tendencia? Leyendo el artículo de Sami Naïr para el diario El País del pasado fin de semana encontramos algunas claves. En opinión de este estudioso especializado en temas de emigración, el presidente Sánchez manda elocuentes mensajes a la UE al acoger a los refugiados rechazados por Italia.

1º-Tenemos un problema que ha venido para quedarse y al que tenemos que hacer frente unidos.

2º-“La solución no estriba en acogimientos basados en posiciones humanitarias ni gestos simbólicos”. Se requiere una verdadera “revolución mental europea”.

3º-El gesto del Gobierno español es sólo una llamada a la decencia frente al auge de la indiferencia generalizada para luchar decididamente contra la ideología del odio, que tan malos resultados dio a este viejo continente cuando se impuso a las reflexiones y a los ideales de la Ilustración que, como todo el mundo sabe, no son otros que la libertad, la igualdad y la fraternidad (la hermana pobre de esa familia de valores morales).

4º-El Gobierno español no puede por sí solo cambiar la situación, pero propone a Europa una visión solidaria. Y ese es su deber pues la voz de España cuenta.

En solo dos semanas hemos pasado del silencio del vagón de cola al grupo de cabeza de los países que pueden marcar una nueva agenda europea.

Otro tanto se puede decir del anuncio del Gobierno en relación con la lucha para frenar el cambio climático y modular sus efectos. Nuestro país se compromete a incrementar la velocidad de sustitución del consumo de la energía procedente de combustibles fósiles, por energía procedente de fuentes renovables y en consecuencia “limpia” de dióxido de carbono. Del pelotón de cola al de cabeza.

Nos sentimos a gusto.

Esperemos que España recupere el prestigio que antaño tuvo y que la pasividad y el silencio, cuando no el alineamiento con las posiciones menos comprometidas con el futuro común, dejó escapar.

Algunos dirán que es un símbolo fruto de la casualidad. Nosotros queremos suponer que es una nueva orientación basada en un modo de entender los derechos humanos, los criterios de supervivencia de las generaciones por venir y también en la ambición de ser de nuevo referentes políticos que marquen caminos con la esperanza por bandera.

Queda dicho.

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