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“No todos los artistas somos bohemios, pero a mí es una línea que me gusta cultivar"

El arte y la bohemia se dan la mano en la obra, y la vida, de este original dibujante
“No todos los artistas somos bohemios, pero a mí es una línea que me gusta cultivar"
Fotos: Saúl García
15/06/2018 - Gorka Díez

Artista y bohemio. Así es Manolo Cocera, cuyo ático en pleno Casco Antiguo está lleno de pinturas, libros de arte y poesía, discos (algunos expuestos a modo de cuadro, como el último de David Bowie, Blackstar), muñecos, carteles, esculturas o fotografías familiares, y por cuya ventana se divisan los tejados de los edificios, las antenas, los pájaros.

“No todos los artistas somos bohemios, pero a mí es una línea que me gusta cultivar. Es un perfil en el que me siento cómodo, que me da libertad”.

Aunque nacido en Jaén, en 1969, su infancia y juventud la pasó en Torrelavega (Cantabria), en cuya escuela municipal pintó sus primeras obras. Hasta que en 1993, cansado de trabajar de administrativo (“no me veía el resto de mi vida en una oficina”), se decidió a hacer las maletas y cumplir su sueño de estudiar Bellas, para lo que recaló en Cuenca, donde desde entonces reside por temporadas, porque además de bohemio está hecho un trotamundos.

“Tras graduarme en Cuenca estuve unos años en Valencia, donde me saqué el CAP y empecé el doctorado, que no terminé. Y luego he dado muchas vueltas por institutos de Secundaria de distintas comunidades como profesor interino de Dibujo. Donde me sale trabajo, voy y me instalo”.

Las clases, que imparte desde 2002, le ayudan a “sobrevivir económicamente” ya que el arte, por sí solo, para comer no da. “He hecho encargos para restaurantes, como el desaparecido Leonardo aquí en Cuenca, para el que dibujé El Hombre de Vitruvio, de Leonardo da Vinci, y alguno de Valencia. Y también para tiendas. Pero vender es difícil. Muchas de mis obras las he ido regalando. Aunque ya no regalo tanto”.

En Cuenca fue donde aprendió a ser un artista multidisciplinar, sumando a la pintura “nuevos mundos como la fotografía, el vídeo, la performance, la escultura, las instalaciones...” Pero últimamente está más centrado en el dibujo. “Es lo más cómodo a la hora de viajar y de moverme”.

Sobre todo le gusta la figura humana. Tiene una bonita serie de hombres-árbol dibujados con lápiz y vino tinto, con trazos sencillos pero muy cuidados. En algunas obras hay también “aspectos eróticos que pertenecen a un ámbito más privado”. Y también dibuja paisajes “surrealistas, futuristas”, en los que en ocasiones introduce algún texto poético.

Lo que sorprende es que no haya expuesto nunca en Cuenca, más allá de una fotografía incluida en un homenaje al que fuera profesor suyo en la Facultad de Bellas Artes, Gonzalo Cao, que tuvo lugar en el año 2006.

“Sí he expuesto en Cantabria, en Murcia… Pero no es fácil. Lo importante es que sigo en activo, trabajando y haciendo cosas. Puedo estar una semana sin hacer nada y otras que no paro. Procuro tener siempre a mano lápices, pinceles, papeles y, en cuanto estoy con ganas, le meto caña”.

Entre sus influencias cita a Paul Klee y a los renacentistas Leonardo da Vinci y Miguel Ángel. Pero también a contemporáneos como Miquel Barceló. Y, aunque su arte sea figurativo, reconoce su interés por pintores abstractos como Zóbel: “me fascina”.

Aunque en Cuenca se siente cómodo, lamenta que el movimiento artístico esté más parado que en sus años universitarios. “Antes había más exposiciones, muchas en casas de estudiantes, mucha creatividad… Ahora se hacen muchas cosas a nivel institucional, con personas de trayectoria sólida, pero echo en falta un movimiento un poco más espontáneo”.