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“Mi padre decía que no trabajaba, que se divertía”

Tomás Mercedes confía en que próximamente arranquen las obras de la esperada reforma del alfar
“Mi padre decía que no trabajaba, que se divertía”
Fotos: Saúl García
27/09/2018 - Gorka Díez

Entrevistamos a Tomás Mercedes (Cuenca, 1949) con motivo de la exposición ‘Moldeados en tierra’ que, hasta el 16 de diciembre, acoge la Casa Zavala de Cuenca en recuerdo de la obra, inmortal, de su padre, el ceramista Pedro Mercedes (Cuenca, 1921-2008). Un total de 120 piezas conforman una exposición que, junto a obras de Mercedes, las hay también de ceramistas conquenses más recientes como Adrián y Rubén Navarro, Luis del Castillo y Tomás Bux, por lo que la muestra combina pasado y presente del arte de la cerámica.

P.-La exposición dedicada a su padre ha quedado muy completa…

R.- Sí, es muy interesante, recoge todas las facetas de su obra, desde sus inicios como alfarero tradicional, con esa cacharrería de utilidad en cántaros, botijos… Luego pasa al raspado y se recoge su inicio con piezas en las que la imagen no está totalmente fija, y se ve su evolución hasta que realmente consigue la técnica, dándole las mezclas adecuadas, con pintados y raspados que son lo que más prestigio le ha dado. Y también está su última época, cuando una vez que cierra el horno y deja de trabajar en la alfarería propiamente dicha sigue teniendo el gusanillo del dibujo y se pasa al grabado, que realmente es lo mismo. Él para dibujar necesitaba una superficie que le supusiera resistencia, y como dibujar en un papel le costaba más, cambia entonces la navaja por el buril y el barro por la plancha de cobre, pero sigue con sus mismos conceptos de dibujo.

P.- En la obra de Mercedes, como tantas veces se ha dicho, se fusionan artesanía y arte…

R.- La verdad es que hay un filo muy fino entre lo que es artesanía y lo que es arte. De hecho, la palabra artesano son dos conceptos importantes: arte y sano. Pero parece que últimamente la cerámica ya ha dado ese paso definitivo para abrirse paso entre las bellas artes, y está considerado de hecho una de las más importantes, a la altura de la pintura o de la música. Ahora ha habido en Navarrete, un pueblo de Logroño, una exposición llamada ‘De la alfarería al arte’ en la que había piezas de Picasso, de Dalí, de Benjamín Palencia, y de Pedro Mercedes. El curso de cerámica que se ha celebrado hace poco en la Universidad de Castilla-La Mancha (UCLM) trató también todo esto: de cómo se va de la artesanía a la modernidad.

P.- A Pedro Mercedes sí le costaría, sobre todo al principio, ser considerado artista…

R.- Bueno, es que además era muy modesto, le daba mucha vergüenza y se ponía muy nervioso... Luego una vez que se metía en faena salía airoso porque tenía esa facilidad de expresión, de sacar todo lo que llevaba dentro. Pero cuando le hacían alguna entrevista decía que no, que no podía hacer esas cosas… Una de las veces en que fue con mi madre a hacerse la prueba del Sintrom al hospital Virgen de la Luz fue a comprar el periódico y le dijo a mi madre: “Vámonos”. Salía en la portada y no quería verse allí, en la sala, con su imagen en la portada del periódico…

P.- Era un hombre modesto…

R.- Sí. Al artesano, normalmente, estas cosas le cuestan trabajo. Ellos reciben toda su influencia del material con el que están trabajando, en ello emplean toda su esencia y capacidades, y las cuestiones más de cara al mundo exterior le suelen costar bastante…

P.- Recuerdo haberle escuchado que Picasso llegó a ver y alabar su obra…

R.- No hay una versión totalmente cierta, pero sí parece que Picasso recibió obras de mi padre a través de Luis Miguel Dominguín, el torero que frecuentó varias veces el alfar. También, a través de un capitán de la marina que frecuentaba Cuenca y tenía la base en Tolón. Y dijo una frase de la que no tenemos constancia definitiva, pero que nos ha dicho gente: “Un mismo duende nos ha rozado a mí y al alfarero de Cuenca”. A él primero, claro, porque Picasso, además de lo genio que era, también era muy egocéntrico…

“Mi padre decía que no trabajaba, que se divertía”

P.- La muestra recoge obra de toda otra serie de artesanos conquenses que han continuado su labor…

R.- Si mi padre viese esto estaría orgullosísimo de que hubiese gente en Cuenca, artesanos, alfareros, que siguen con ese noble oficio que es el mundo del barro… A él le gustaba la alfarería, procuraba que se conociese en todos los sitios y, sobre todo, que hubiese gente que continuase con esta tarea… Seguro que dedicaría tanto tiempo a ver las obras de sus compañeros como las suyas.

P.- ¿Qué la parecen? Porque hay gente con muchos años de trayectoria…

R.- Si, hay gente muy buena. Yo conocía ya lógicamente las obras de Adrián Navarro, de su hijo Rubén, de Tomás Bux, de Luis del Castillo… Al resto no pero he tenido la ocasión de ir viéndolos ahora y me parece gente muy buena, cada uno con su sello particular. Hay una frase de mi padre que es quizá de las que más me gustan, en la que dice: “Lo importante no es ser el mejor, es ser uno mismo”. Y creo que estos alfareros de Cuenca lo están consiguiendo con sus obras.

P.- Usted y sus hijos no han seguido la tradición del barro…

R.- No… A ver si alguno de mis nietos puede tener una de esas facultades… Yo soy muy malo en estos temas de dibujo artístico…Además, ocurría una cosa: la vivienda en la que vivíamos era anexa al alfar, separada solo por cuatro escalones, y tanto mi madre como mi abuela, que vivía con nosotros, me decían que tenía que estudiar para no ser alfarero. Al lado de casa estaban las carpinterías y la herrería, y me quedaba mirando cómo los carpinteros cortaban su maderero, al herrero con la fragua… Y en mi casa, como lo ves todos los días, miraba menos.

P.- Debe ser un trabajo además muy sacrificado: su padre pasaría horas y horas…

R.- Recuerdo que se levantaba a las siete de la mañana y se ponía a trabajar. Y por la noche lo mismo, hasta las nueve y media o las diez. Había un tren que salía de Cuenca a las siete de la mañana y que se oía desde el alfar. Y él decía: “Cuando pasa el tren de las siete, ya estoy trabajando, y cuando vuelve a las diez de la noche, continúo en el mismo sitio”. Lo que pasa que él decía que no trabajaba, sino que se estaba divirtiendo, que hacía lo que realmente le gustaba. La labor de alfarero, tanto la de él como la de su ayudante, José Martínez, era muy sacrificada, porque había que ir a buscar la tierra a ocho kilómetros de Cuenca, tener que hacer pozos para sacarla, traerla en burros, en los antiguos carros de volquete, envolverla, mezclarla con agua, utilizar el torno de pie de toda la vida, el horno de leña… Han sido épocas muy sacrificadas.

P.- ¿Hasta cuándo trabajó?

R.- Empezó en 1933 y el último horno lo realiza en 1987. Después de esa época, durante diez o doce años, toca el tema del grabado que hemos comentado… El que le cocía las piezas con la leña en el horno era José. Era un esfuerzo de tres días, dos noches enteras echando fuego y el día de en medio. Un trabajo muy fuerte. Yo pensé que se iban a comprar un horno eléctrico. Pero si él se jubilaba, su horno también. Decía que comprar un horno eléctrico era prácticamente prostituirse…

Llevamos 20 años con promesas que no se han cumplido y ahora hay un proyecto que parece que se puede realizar: a ver si se le pega el último impulso

P.- Han pasado ya diez años de su muerte pero sigue siendo reconocido…

R.- La relación de Cuenca con Pedro Mercedes y de Pedro Mercedes con Cuenca es única. En la muestra hay una revista de 1957 en cuya portada se ve una foto del alfar con mi padre y el resto de personas que trabajaban con él haciendo los botijos, los toros... Es una relación afortunadamente muy intensa.

P.- Lo que sigue pendiente es la reforma del alfar, que no termina de reformarse y abrirse al público…

R.- Como se sabe, es un alfar de finales del siglo XV, principios del XVI. Siempre destinado al tema de la alfarería, que acogió a los antiguos olleros de Alfonso VIII. No se ha dedicado a otra cosa… Independientemente de que haya trabajado mi padre en él, que las paredes estén decoradas con obras suyas, siguen existiendo los tornos típicos, el de pie y el horno árabe, como se denomina aunque no sea árabe en su origen. Creo que conserva mucho patrimonio, mucha historia, arte y tradición. Para Cuenca creo que es un bien que interesa recuperar. Porque seguramente sea el último alfar que existe en España con estas características. Llevamos veinte años en los que ha habido promesas que no se pueden cumplir y ahora hay otro proyecto que parece que se puede realizar: a ver si se le pega el último impulso y se recupera para Cuenca.

P.- La crisis económica paralizó el proyecto, pero ahora debería continuar…

R.- Hace ocho años, en torno a 2010, con el proyecto Urban de San Antón, había un presupuesto importante para rehabilitar el taller, hacer talleres y viviendas para artesanos… Pero vino la crisis y ese importe no se pudo llevar a efecto… Pero ahora hay un proyecto que financiaría el Consorcio Ciudad de Cuenca que es el que creemos y, sobre todo, queremos, que se lleve a efecto y ponga en valor el alfar.

P.- Recuperar el alfar de San Antón serviría además como reclamo turístico y cultural…

R.- Sí. Aunque, lógicamente, lo primero es que no se hunda, porque tendrá ya 50 o 60 empentas para que no se hunda… Lo primero es restaurarlo y luego darle esa finalidad. Que no sea algo que esté cerrado...