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“Hay que poner ascensores, escaleras mecánicas, helicópteros… pero algo"

Este hostelero lleva más de tres décadas al frente del ya clásico pub Vaya Vaya, en el Casco Antiguo de Cuenca
“Hay que poner ascensores, escaleras mecánicas, helicópteros… pero algo"
Foto: Saúl García
06/05/2018 - Gorka Díez

Es uno de los hosteleros más conocidos de Cuenca, quizá no tanto por su nombre, Antonio Rentero Toledo, sino por su apodo, Escuchi. La razón: sus casi 31 años al frente del pub Vaya-Vaya, en el número 5 de la bajada de San Miguel.

La piedra de sus paredes, la madera, las vigas, sus cuadros, hacen del Vaya Vaya uno de los pubs con más encanto de la capital. A ello ayuda también la música, rock y pop de los setenta hasta la actualidad, con nombres como Led Zeppelin, los Rolling Stones, Coldplay, Muse o Franz Ferdinand. “Aquí se escucha de todo salvo música excesivamente comercial. Y como esto tampoco es una discoteca, sino un bar de copas, la tenemos a un volumen con el que se puede bailar pero también hablar sin que al día siguiente estemos afónicos”.

No niega que el sector hostelero, en el que, tras una década en la desaparecida fábrica de lámparas Peris Andreu, empezó a trabajar a los 24 años en bares como Impacto o Boni Bol sea duro “por la sencilla razón de que, cuando todo el mundo está de fiesta, tú estás trabajando”. Pero “te acostumbras a eso y es un trabajo como otro cualquiera, porque todos son duros. Y también bonito y divertido porque te da la oportunidad de conocer a mucha gente”.

Con la pérdida de poder adquisitivo el consumo ha descendido con respecto a los años anteriores a la crisis (“se toman más cervezas que copas, lo que no había pasado en la vida”) pero Escuchi está satisfecho con la clientela actual, porque “salvo los jóvenes de 20 años, que ni pisan el Casco, sí que viene gente de 25 años para arriba y se forma un ambiente muy majo” tanto en el Vaya Vaya como en la media docena de bares del entorno.

Eso sí, la demanda no es comparable a la de los ochenta. “Entonces todos los jóvenes se movían por aquí”. En los noventa, las obras de reforma de las calles Alfonso VIII y San Pedro obligaron a un corte del tráfico que se prolongó, según recuerda, más de dos años, lo que, “unido a un cambio generacional y musical”, redujo la costumbre de subir a la Plaza. “De autobuses hasta la bola pasamos a que los jóvenes se fueran por otro lado. Si entonces sobrevivimos fue gracias a la fidelidad de la gente de Cuenca, de la que yo he vivido toda la vida y a quienes tengo que dar las gracias”.

La caída de la demanda se agudizó con la crisis, a partir de 2009. “Ahí el porrazo sí que fue fuerte”. Pero aguantaron y ahora intentan relanzar el pub y la zona con actividades como conciertos gratuitos o las jornadas de DJs del ciclo de conferencias del Babylon Festival. “Hay que hacer y ofrecer cosas a la gente. Es una oportunidad para que una persona nueva conozca el bar, y con que ganes un cliente ya merece la pena. Además, escuchar música en vivo es un lujazo”

Lamenta, no obstante, que las autoridades no se lo pongan fácil a quienes quieren subir a la Plaza. “Hay que poner ascensores, escaleras mecánicas, helicópteros… Lo que sea. Pero algo porque este es un Casco muy atípico, metido entre dos hoces, que no se puede comparar con ningún otro: hay un kilómetro de cuesta que no se puede subir andando en pleno invierno”.

La medida más sencilla sería poner en marcha autobuses-lanzadera, que a su entender deberían tener un recorrido corto, desde el Nazareno, para ser dinámicos. “Entonces seguro que funcionaban”, sostiene.

Finalmente, muestra su preocupación por el futuro laboral de las nuevas generaciones de conquenses. “Les cuesta mucho dinero sacarse una carrera, y luego, o sacas una oposición de funcionario o te tienes que ir. Lllevo 30 años preguntándome por qué no viene ninguna empresa dada nuestra ubicación, entre Madrid y Valencia. Y sigo sin entenderlo”.