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'El pasajero': Un tren sin destino

Las primeras escenas de la película nos presentan con eficaz maestría el único personaje con rasgos definidos de la historia, Michael MacCauley (Neeson), un feliz y realizado padre de familia con los problemas cotidianos que aquejan a la mayoría de los mortales
'El pasajero': Un tren sin destino
08/02/2018 - Pepe Alfaro

Las películas que se desarrollan en el reducido espacio conformado por un tren en movimiento, donde una serie de personajes conviven en un microcosmos sin posibilidad de escape, han llegado a constituir un subgénero cinematográfico de infinitas posibilidades. Hace solo unas semanas se estrenaba la enésima versión de Asesinato en el Orient Express (Kenneth Branagh, 2017), una nueva vuelta de tuerca a la obra de Agatha Christie bastante inoperante a pesar de las posibilidades narrativas añadidas por los ostentosos efectos digitales. Incluso la tercera (y última, esperemos) entrega de la trilogía El corredor del laberinto: La cura mortal (Wes Ball, 2018), recién estrenada, desarrolla su dilatado prólogo de presentación previo a los títulos en una acción protagonizada por un tren que es atacado por cielo y tierra.

El catalán establecido en Hollywood Jaume Collet-Serra, que comenzó dando muestras de su suficiencia con el manejo de la cámara en el género de terror (La huérfana, 2009) ha encontrado un filón muy rentable junto al veterano Liam Neeson, en el papel de un ciudadano normal de clase media inmerso en situaciones que le obligan a luchar desesperadamente por su vida, bien ante una usurpación de identidad (Sin identidad, 2011) o sin tiempo para encontrar soluciones no expeditivas (Una noche para sobrevivir, 2015), también se vio encerrado en un avión con los pasajeros condenados si no lo remedia (Non-stop. Sin escalas, 2014), esquema que se repite en El pasajero, simplemente cambiando el medio de transporte.

Las primeras escenas de la película nos presentan con eficaz maestría el único personaje con rasgos definidos de la historia, Michael MacCauley (Neeson), un feliz y realizado padre de familia con los problemas cotidianos que aquejan a la mayoría de los mortales, perfecto cebo para empatizar con los espectadores a través de algunos elementos de monotonía compartida. Siempre el mismo tren de cercanías para ir y volver del trabajo, hasta que una misteriosa mujer le propone un juego que se convierte en una batalla de consecuencias imprevisibles. La historia podría haber discurrido por los raíles del suspense y la angustia tan bien definidos por maestros como Alfred Hitchcock, pero Collet-Serra, que también produce la película (dato importante), apunta directamente a los gustos más trillados de la taquilla, nos sirve unas dosis excesivas de golpes y termina recurriendo al espectáculo visual servido por los mismos fuegos de artificio de siempre, constatando que al final ese tren no lleva a ningún territorio nuevo. Y como siempre en estos casos, con esa escena final absolutamente innecesaria; se entiende que a los héroes nunca les falta el trabajo. Con todos los excesos y concesiones, una película entretenida, bien contada y que cumple su función de simple entretenimiento, con aciertos como el de no intentar explicar los entresijos de ese complot del máximo nivel que oculta a los villanos de la historia.